TERAPIA DIESEL
( La verdad tras las rejas )
Prólogo.
Con Jairo, compañero –en Tres
Ríos--, su suegro, el señor Jorge prestante abogado, jurista, administrador de
empresas y economista, íbamos rumbo a una población del eje cafetero donde el
señor Jorge tiene una propiedad urbana y deseaba que se la ayudara a vender. Jairo sabía que yo usaba parte de mi tiempo
trabajando como comisionista en la venta de propiedad raíz. Por alguna razón
que no recuerdo, toqué el tema de lo que me había sucedido en los Estados
unidos. Durante las cuatro horas que duró el viaje les relaté minuciosamente la
terrible experiencia; escuchaban en silencio; solo algunas interpelaciones del
abogado para preguntar, o de Jairo para
ampliar o dar más información de lo que él sabía o había vivido. Al terminar el
relato, el primero en hablar fue el abogado; dijo: yo como abogado conozco o
suponía conocer sobre la democracia del sistema norteamericano, pero nunca
había escuchado algo semejante; es increíble lo que ha contado; “debes escribir
un libro”, eso es muy importante. Jairo quien iba en la parte delantera del
auto en el puesto del pasajero, volteó la cabeza para mirarme y dijo: yo viví y
conocí muchas experiencias contadas por mis compañeros pero jamás había
escuchado algo así, repitió lo mismo que había dicho su suegro: escribe un
libro. También varios abogados, juristas y muchas personas amigas insistían en
que tenía que hacerlo; pero lo que más
me llamó la atención fue lo dicho por el médico la doctora Gina, cuando en un examen anual de
rutina que me efectuó al preguntarme la
causa de la herida grande que tenía en
el estómago. Le conté sobre el tratamiento inicial en el hospital Ben Tau de
Houston qué me habían dado, después lo
que el médico Iraní había dicho del porqué me habían hecho la cirugía. La doctora según lo relatado dijo que, no tenían por qué
haberme sacado parte de mi estómago ni menos parte del intestino, que eso había
sido innecesario, que sólo con una cauterización con rayo laser o un
tratamiento hubiese sido suficiente, sabiendo además que ellos tienen los
instrumentos y la medicina más avanzada.
No podía entender la causa de esa cirugía. Durante veinte minutos que duró la
consulta, le narré a grandes rasgos lo
sucedido. Algo confundida, dijo no entender lo que le había contado,
porque tenía muy en alto a los Estados Unidos, y suponía ser el ejemplo del
primer país democrático del planeta. De ahí fue creciendo más la idea de
escribir esta historia para que pueblo norteamericano se entere de una de las
realidades de lo que está sucediendo y hacia donde lo están conduciendo en su autodestrucción.
CAPÍTULO I
Llegué al apartamento de Oscar a las
ocho de la mañana para recoger las órdenes de trabajo de pintura de ese día
veinte de enero de mil novecientos noventa, sin tener la más leve sospecha que
ese día era el comienzo de la catástrofe
que se me avecinaba y el filo de la
espada de la muerte tocando mi garganta por dos veces.
Al hacerme pasar, estaba con él un amigo
colombiano, que yo había conocido unos
días antes. Me pidió el favor de que lo esperase por una hora. Era el tiempo
que tardaba en ir y regresar del aeropuerto para llevar a su amigo, que también
era contratista de pintura y construcción, e iba de regreso a Nueva York su lugar de
origen. Encima de la mesa del comedor había dinero. Le pregunté antes de que
saliera para el aeropuerto, por qué tenía ese dinero sobre la mesa, me
respondió que cuando regresara me explicaría.
Pasaron más de dos horas y media y
Oscar no regresaba. Comencé a impacientarme por los trabajos que estaban
pendientes que debíamos terminar ese día, y los sub-contratistas mejicanos
deberían estar desde hacía ya varias
horas en espera de las órdenes de trabajo.
Eran las once de la mañana, cuando
oí voces y pasos subiendo hacia el apartamento, que quedaba en el segundo piso.
Tocaron la puerta y de inmediato introdujeron la llave en la cerradura y la
abrieron. Entraron varios tipos de civil armados , seguidos por Oscar. Le pregunté
qué estaba pasando; contestó que no me preocupara, que eran agentes federales
de la DEA. Me pidieron mi identificación; yo les entregué mi licencia de
conducción. Me ordenaron que me quedara sentado en un sillón mientras
requisaban el apartamento, dijo el que parecía el jefe.
Oscar hablaba con ellos, les entregó
una gran cantidad de dinero que tenía escondido en varios sitios del
apartamento. Dijo que cuando iba de camino al aeropuerto la policía lo había
interceptado ordenándole que se estacionara a un lado del camino. Segundos
después aparecieron varios carros rodeándolos. Estos estaban llenos de agentes
federales. Los federales le preguntaron que si les permitía revisar su auto para ver si llevaba dinero
porque ellos tenían informes que él se movía en actividades ilícitas. Que si no
les permitían revisar su auto de todas maneras conseguirían una orden de un
juez para hacerlo. A pesar que era una amenaza
lo que le decían, no opuso resistencia alguna y les permitió que lo
hicieran. Como no encontraron nada en el vehículo, lo intimidaron de nuevo
diciéndole, que tenían información que
desde su apartamento se gestionaban negocios ilícitos de dinero; que también
podían conseguir la orden con un juez para allanarlo, si él no lo permitía
voluntariamente; que sabían también que en los mismos apartamentos vivía Rafael
M, que trabajaba con él en el mismo negocio ilícito; que no le fuera a negar,
porque ya tenían algunas pruebas.
Cuando Oscar se vio ya muy comprometido comenzó a decirles
sobre sus actividades ilícitas. Le preguntaron qué personas había en su apartamento
en ese momento. Les dijo que solamente estaba el señor Héctor esperándolo para
recoger las órdenes de trabajo de
pintura para ese día. Que él no estaba involucrado, y no sabía nada sobre sus
otras actividades de narcotráfico, sólo era encargado de la pequeña empresa de
pintura.
Después de terminar de revisar el
apartamento, nos condujeron a todos a las oficinas del edificio federal de la
DEA. Después de permanecer muchas horas e investigar la vida y actividades en
Nueva York del contratista donde tenía
su empresa, y sin encontrarle nada anormal fuera de sus actividades como
contratista nos dijeron que nos podíamos ir, pues sólo les interesaban Oscar y
Rafael, que no habían cargos en nuestra contra. Oscar les preguntó que si yo me
podía hacer cargo de las cosas de su apartamento, y ellos dijeron que no había
ningún inconveniente, y me autorizaron.
Al siguiente día Oscar me llamó desde
la cárcel para que fuera a hablar con su abogado Mike Degurents.
Este se sorprendió con la noticia de
que Oscar estuviera en prisión. “También que iba su caso”, fue lo único que
atinó en decirme. Ahora si está en un aprieto muy grande.
El abogado Mike estaba representando
a Oscar por un caso en que estaba involucrado por lavado de dinero, y según el
abogado iba a tener buen término. Este claramente me expresó que, como era un
nuevo caso, el valor de sus honorarios iban a ser diferentes.
Un día después que regrese con Mike,
y después que lo hubo representado en la Corte, me dijo que
él no iba a continuar defendiéndolo porque los agentes federales le estaban
presionando para que trabajara para ellos y que él no defendía a informantes.
Oscar todo el tiempo estuvo en
contacto conmigo por teléfono desde la cárcel, al cabo de dos días a eso de las once de la
noche me hizo una llamada para que fuera a su apartamento; me causó sorpresa, al saber que me citaba
allí y no estuviese detenido. Dijo que personalmente me explicaría.
Confundido, de inmediato acudí a su
apartamento. Comenzó diciéndome que el jefe de la operación John Wooley le había
propuesto trabajar para ellos como informante y se libraría de esa manera de la
cárcel. Le pagarían el diez por ciento de todo el dinero que ayudara a incautar
y además los condujese a detener personas involucradas en el narcotráfico.
Viéndose en esa situación tan
desesperada tuvo que aceptarles la propuesta.
Le pregunté cómo habían hecho para
sacarlo de la cárcel. Inicialmente en esa época me dijo que se habían puesto de
acuerdo el juez, el fiscal y la DEA, para liberarlo. –Después de diez y ocho
años concidencialmente me encontré en la ciudad de Cali con Oscar. Le relaté
todo lo que me había sucedido; escuchó en silencio; cuando terminé me dijo:
“Cómo puedo compensar de alguna manera el daño indirecto que te he causado por
haberme escapado?” Le pedí que relatara
exactamente con detalles todo lo que había sucedido y lo que yo ignoraba.
Comenzó diciendo: “El veinte de enero de mil novecientos noventa el
día de mi detención el jefe de la Operación Jonh Wooley me propuso trabajar
para ellos y les entregara personas involucradas
con el narcotráfico, los condujera a la incautación de drogas y dineros
provenientes de esa actividad, a cambio me exoneraban de la cárcel, y con el diez por ciento como sueldo del dinero
que ayudara a incautar. Asustado y desesperado por la situación en que me
encontraba, además por un caso de dinero que me habían decomisado anteriormente
y que estaba todavía en pleito en la ciudad de Beaubumonth, no tuve otra alternativa
que aceptarles su propuesta. Dijeron que la información que yo tenía era muy importante
para el gobierno, además estaban escasos
de agentes federales de la DEA, en Houston, algunos colombianos estaban en la misma
situación en que yo me encontraba en esos momentos, que esas personas estaban
trabajando para ellos. Cuando mi abogado se enteró de todo esto se negó
rotundamente a representarme aduciendo que no defendía a personas informantes que
trabajaran para la DEA. Yo le expliqué del arreglo que tenía que hacer con
ellos por la presión que estaban ejerciendo contra mí, que no se preocupara
porque yo pensaba escaparme. Mike me dijo que si yo era capaz de hacerlo,
entonces sí me asistiría el día del acuerdo. Le prometí que así lo haría. Con
esa promesa fue de la única manera que me ayudó ese día del convenio.
Continuó diciendo: nos reunimos el
juez de Apellido Platero, el fiscal Bert
Isaacs, el jefe de la operación John Wooley, el abogado Mike Degurents y
yo. El juez Platero enteró de ese
convenio al gobernador del Estado de Texas por ese entonces George Bush hijo,
éste autorizo, y de este modo se firmó el acuerdo. Quedé como miembro informante
de la Dea., con el diez por ciento como
sueldo por el dinero que ayudara a incautar. El juez al abolirme
los cargos, automáticamente debió quedar anulado todo el proceso. Me aseguró
que si me agarraba de nuevo en alguna actividad de narcotráfico me encerraría
por muchos años; me reactivaron la
fianza del caso anterior por setenta y cinco mil dólares (que es contra la ley)
de esa manera salí libre de la cárcel.
Temeroso de que pudieran tomar represalias contra mi familia si continuaba como
informante, no tuve otra opción que salir huyendo de los Estados Unidos---.
Al salir Oscar de la cárcel, le
colocaron un agente federal como custodio durante las veinticuatro horas, que
debería seguir su vida normal de trabajo con lo de la pintura. Al oírle todo su
relato esa noche, le dije que no quería verme en más problemas, que me iba a
conseguir otro trabajo. Dijo que, ellos sabían que yo no estaba en esa
actividad y por eso no me habían detenido ni formulado cargos en mi contra, además
había firmado un (affidavit) en mi favor exonerándome de toda culpa y que los
únicos implicados eran él, Rafael, y la propietaria de la agencia de giros, que podíamos seguir trabajando normalmente con
los contratos de pintura.
El tenía que reportarse por
teléfono a diario e informarles de todas
sus actividades.
Muy preocupado dijo
no sabía qué hacer, y no podía tomar el riesgo de entregar gente porque peligraba él y toda su familia,
iba a pensar como ir saliendo del lío en el que se había metido. Estaba sometido a un estado
de presión casi insostenible.
Un par de días después, Oscar fue a
buscar a John, el agente federal para
hablar con él y decirle que no aguantaba más el estrés al que estaba sometido.
Me quedé en su apartamento esperando a que regresara, porque así me lo había
pedido. En vista de que se tardaba muchas horas en regresar me fui para mi casa
muy preocupado sin saber lo que le hubiese podido suceder. A las ocho de la
noche llamó desde su apartamento, me
preguntó porqué no lo había esperado, que por favor regresara allí para contarme
lo sucedido.
Cuando llegué lo noté muy relajado; me quedé mirándole muy sorprendido; se sonrió
y pausadamente dijo: conseguí que quitaran el agente federal que me vigilaba
todo el tiempo. Le pregunté, cómo lo había conseguido, respondió que, al no poder soportar la presión en la cual todo el tiempo
lo estuvieran vigilando, no pudiendo saber como citar y entrevistar a las
personas que supuestamente iba a comenzar a entregar; lo
primero que ellos se cercioran por seguridad es si es seguido por alguien. Que
en esas circunstancias le era imposible trabajar para ellos; que mejor se iba de nuevo a la cárcel, y que su
abogado lo defendiera. Que por ningún motivo fuera a hacer eso, le dijo John
Wooley, lo necesitaban porque en esos momentos tenían pocos agentes de de la DEA. En Houston. Entonces
convinieron retirarle la vigilancia. Le ordenaron seguir con el plan convenido
y estuviera reportando a diario cada una de sus actividades.
La decisión de quitarle la
vigilancia fue inminentemente beneficiosa para él, pero fatal para mí.
CAPITULO II
Todo siguió su curso normal con respecto
al trabajo de la pintura. Esos acontecimientos ocurrieron tan rápido y en corto
tiempo. Un día en la mañana toqué a su puerta para recoger las órdenes de
trabajo para ese día. Al no obtener respuesta, preocupado abrí la puerta con la llave maestra
que yo cargaba y que nos había dado la administración porque éramos parte del
grupo de mantenimiento, para ver que estaba sucediendo. Sobre la mesa del comedor había una nota
dirigida en mi nombre en la cual decía
que, había tomado la determinación de irse, y que siguiera con los contratos de pintura; le
hiciera el favor de enviarle o llevarle algunas cosas que él pensaba hacerle llegar
a su esposa a Colombia. Como yo tenía un viaje planeado desde hacía muchos meses a llevar mercancías para vender,
entonces aprovechar ese viaje. Junto con la nota dejó algún dinero para los
gastos de transporte.
Salí de inmediato de allí, me fui
directo a la oficina de su abogado Mike, le comenté lo sucedido.—Yo ignoraba
para esa época que Mike ya estaba enterado
de antemano del plan de escape de Oscar-- . Se quedó pensando por varios segundos,
apuntando con su dedo índice me miró y dijo: ellos lo van a enfocar a usted. En ese momento
no pude comprender lo que él decía, menos aún si yo no tenía ningún nexo de droga
con Oscar, con su gente o con cualquier otra persona. Más tarde comprendí lo
que él quiso decir.
Continué mi vida normal con respecto
al trabajo de pintura. En ese mismo lapso de tiempo fui a visitar a la cárcel
del condado de Houston a Rafael, e incluso mi familia lo ayudaba para que se comunicara por teléfono con su familia en
Colombia, se le ayudó a vender algunas
cosas de su apartamento para que se solventara de dinero.
Rafael hizo un acuerdo con el
gobierno; se declaró culpable porque le habían encontrado en su apartamento
veinticinco cintas que supuestamente estaban impregnadas de cocaína y una
cantidad de miles de dólares en efectivo. El acuerdo que hizo con el gobierno
al declararse culpable fue por diez años en prisión.
Durante un mes preparé mi viaje para
Colombia a llevar la mercancía que había comprado durante varios meses y
venderla como lo había hecho en los viajes anteriores. En ese mismo período de
tiempo fui entrenando y dando instrucciones a los otros subcontratistas de lo
que deberían hacer mientras yo estuviera por quince días fuera del país.
Días después me encontraba sentado
en la sala de espera del aeropuerto de Houston para abordar el avión, vi pasar frente a mi uno de los agentes
federales que habían estado un mes atrás en el apartamento de Oscar en el
operativo, giró su cabeza hacia donde me encontraba sentado, me miró por un instante, y siguió de largo por
el pasillo que conducía a la puerta de
entrada del avión perdiéndose en el. En
ese momento recordé las palabras del abogado Mike cuando en su oficina dijo:
“ellos lo van a enfocar a usted” y comprendí entonces en ese instante que
estaba en puros.
Cuando llegué a la puerta del avión estaba allí el agente federal junto con otros.
Le entregué el pasa-bordo a la azafata, de inmediato éste se lo arrebató de las
manos diciéndole: él no va a viajar.
Me condujeron a través de unos
pasillos a una de las oficinas del aeropuerto. Allí estaba John Wooley
esperándome junto con otros agentes federales. Estaba rojo de la ira. Y
desafiante me preguntó dónde estaba Oscar. Al yo contestarle negativamente que
no lo sabía; si él estaba en Méjico o Colombia, montó en cólera. No sé si por
mi respuesta, o porque quería dar rienda
suelta a su ira por la frustración de sentirse impotente porque Oscar se le
había escapado y no tener los medios para poder
agarrarlo. Le pregunté por qué me detenían, si un mes atrás no habían
hecho cargos en mi contra, ahora sí, le recordé que Oscar incluso había firmado
un documento exonerando al señor que iba a llevar a el aeropuerto y a mí. Su
respuesta sin mayor explicación fue que yo era su cómplice.
En la ciudad de Houston el sistema
federal no tenía centro de detención, entonces me entregaron en custodia a la
policía del condado de esa ciudad. Estuve por tres días en un cuarto—o
tanque—mientras me trasladaban a una de las celdas de algún piso del edificio.
El centro de detención de la policía de Houston es un edificio de trece pisos
con capacidad para albergar a seis mil detenidos, mantenían una población
constante de siete mil quinientas
personas. El cuarto donde estuve provisionalmente, mantenía las
veinticuatro horas del día entrando y saliendo gente; yo tenía que permanecer acostado, encogido y de lado
debajo de una de las bancas metálicas que estaban empotradas en las paredes,
que rodeaban el pequeño cuarto. Cada cierto tiempo me volteaba para cambiar de
posición. El alimento que daban todo el tiempo en cada comida era dos
sándwiches; uno con una rebanada de jamón y queso, el otro de mermelada y
mantequilla de maní, y un vaso con agua de anilina de sabor.
La a posición en que tenía que
permanecer, me producía un fuerte dolor en los huesos a ambos lados de la
cadera. Continuamente me tenía que cambiar de lado para descansar así un poco.
Después de dos o tres días me
trasladaron de ese calabozo a uno de los pisos del edificio, estaba tan cansado
que caí sobre una colchoneta quedando profundamente dormido.
En la sala que tenía más del ciento
por ciento de superpoblación, me encontré varios colombianos e hispanos de
otras nacionalidades, siendo los más numerosos los mejicanos.
El día anterior por uno de los
canales de televisión habían mostrado en las noticias a Dagoberto,uno de los
compañeros que estaban conmigo, y mostraron algunos de sus supuestos bienes
incautados por la DEA, según ellos. El estaba estupefacto al ver como mostraban un
avión jet ejecutivo y una mansión en Miami de su propiedad. No podía definir si
eso le causaba risa o estupor de lo que estaba viendo , ya que no tenía ni la
menor idea de donde habían sacado esa información, pues nada de lo que
mostraban eran bienes suyos , solo estaba inmiscuido según él en una
conspiración por conectar a unas gentes para la posible venta de cocaína.
Cuando los compañeros y él me contaron esa anécdota en esos momentos comencé a
vislumbrar y a comprender el sistema norteamericano, de cómo usan todos los
medios a su alcance posible para poder demostrarle al pueblo Estaudinense que
si están haciendo algo al respecto contra el narcotráfico y justificando de
alguna manera en que se están gastando sus impuestos
El salón estaba compuesto por once
camarotes para veintidós personas, la población que había allí era de cuarenta
y cinco personas; el restante, o sea la superpoblación de veintitrés, teníamos
que acomodarnos en el suelo y debajo de los camarotes.
Al lado del cuarto del dormitorio
había otro pequeño donde estaban dos televisores, tres mesas redondas en
cemento forradas con láminas de acero con sus respectivas bancas también en
cemento y acero, empotradas al piso. Sanitarios en acero inoxidable, las duchas
se encontraban a un lado. Dentro del salón habían mejicanos, méjico-americanos (chicanos
), ciudadanos norteamericanos, negros, y
unos pocos colombianos.
El escándalo era insoportable, el
ruido que hacían porque todos hablaban en voz alta, junto con el alto volumen
que producían los televisores, además del golpeteo que hacían los jugadores de
dominó con sus fichas casi las veinticuatro horas del día. Se sumaban las continuas peleas que
se formaban entre los mismos negros; mejicanos y negros por querer imponer cada
grupo sus programas favoritos de televisión, a parte de las peleas
personales que se formaban entre los
detenidos.
A las diez de la noche se apagaban los televisores y las luces, algunos Internos continuaban
jugando dominó hasta altas horas de la noche, el golpeteo que hacían con las
fichas y sus acaloradas discusiones que se derivaban del juego, más que todo
causado por los negros, se hacía más insoportable estar allí.
El desayuno lo subían a las celdas
en bandejas a las cuatro de la mañana todos los días. Nadie podía volver a
dormir. Encendían de nuevo los televisores y comenzaban a alistarse desde esas horas los que iban para las Cortes ese día. Los sacaban a las
cinco de la mañana a otro salón (tanque) en el primer piso del edificio hasta
que fuera la hora de recogerlos para llevarlos a las cortes.
Esto era lo que podríamos llamar una
parte de tortura sicológica. Se sumaban
además todos los problemas que le habían quedado a mi esposa con dos hijos todavía muy jóvenes, y sin
poder sostenerse económicamente con algún trabajo.
CAPITULO III
John Wooley llegó golpeando la
puerta del apartamento de mi esposa, con una orden judicial, y en términos amenazadores, para que lo dejara pasar y
realizar una requisa en busca de supuesta droga o dinero, y completar así la
payasada de la operación. Amedrantó a mi esposa diciéndole que era mejor que guardara para sus gastos el dinero que le
iba a pagar al abogado, porque a mi nadie podía sacarme de la cárcel y menos
con los 30 años que me darían de condena
A muchas personas, como familiares y amigos
les hicieron seguimientos—según ellos—para comprobar si alguien estaba involucrado en drogas. Ellos sabían
muy bien que era inútil, sólo conseguirían
aumentar más los altos costos de los gastos al Estado, engordando más la
burocracia.
Como no tenía dinero para pagar un
abogado particular, el gobierno me asignó uno de oficio. El abogado era una
mujer; me asistió un par de veces representándome en la Corte mientras
formalmente me hacían los cargos.
Unos días más tarde de nuevo me
volvieron a sacar a la sala de visitas de la prisión; y cual no fue mi sorpresa
al ver a Mike Degurents el abogado de Oscar. Me preguntó que había pasado. Le
conté que me habían imputado todos los cargos de Oscar a mí. Se quedó callado
unos segundos y me dijo: recuerdas que cuando tú fuiste a mi oficina a decirme
que Oscar se había desaparecido, yo te respondí que los federales te iban a
enfocar. En ese momento no le entendí lo que él me quería decir; pero de inmediato comprendí que ellos harían
cualquier cosa para involucrar al que fuera
y de alguna manera de mostrarle algo al gobierno, que sí eran
competentes y encubrir un poco el error que habían cometido por haber dejado
escapar a Oscar. Continuó diciéndome que la esposa de Oscar lo había llamado a
su oficina desde Colombia, diciéndole que no era justo lo que me estaban haciendo,
y menos porque yo nunca había estado
involucrado en esos negocios de su esposo, para que él me representara, que
ellos pagarían el valor de sus honorarios .
Después de que el magistrado George
Kelt— conspirador encubridor-- leyera de nuevo los cargos, Mike hizo subir al
estrado al jefe de la operación John Wooley. Le preguntó porqué me había
detenido en el aeropuerto. El de inmediato le respondió que yo me iba a escapar
para Colombia. Mike le refutó diciéndole: Sabá el señor Hurtado que había una
orden de arresto en su contra?Se quedó callado, no supo que responder. Si el señor Hurtado se hubiera enterado de esa
orden de arresto posiblemente se habría escapado y no habría salido por el
aeropuerto. Además tengo entendido que ustedes le seguían sus movimientos, le
tenían que tener intervenido su teléfono y sabían que iba a viajar a Colombia,
porque ese viaje lo tenía planeado desde hace muchos meses, para llevar
mercancías a vender, como una ayuda
económica más para sus ingresos. Se quedaba callado todo el tiempo, sin saber que responder. Mike continuó
Inquiriédole: Si él no tenía idea alguna de esa orden de arresto, entonces
porqué se iba querer escapar como usted
dice? Si la vez que detuvieron a Oscar, él mismo lo excluyó de toda
participación porque no trabajaba con él en el negocio de droga, sino como su
empleado en la empresa de pintura, he incluso le firmó a Ud., un affidavit,
excluyéndolo de todas esas actividades?
Le siguió preguntando: el señor Hurtado en la mercancía que llevaba le
encontraron ustedes dinero producto de
la droga? No, respondió de nuevo lacónicamente. Llevaba droga para Colombia?
No, antes traen de allá para acá, le replicó John. Entonces no veo la relación
de su supuesta huida.
John continuaba sentado en el
estrado callado, sin poder refutar absolutamente nada. Mike continuó diciéndole: es cierto que
Usted, el juez y el fiscal por medio de una fianza sacaron a Oscar de la cárcel
para que trabajara para ustedes como informante miembro de la Dea, y que
les entregara personas que estaban en el negocio de la droga pudiendo así de
esa manera evitar estar en prisión. Lo más grave fue que le ofrecieron el diez
por ciento del dinero que él ayudara a incautar. Ahora usted quiere inculpar al
señor Hurtado y que pague él por sus errores?.
El magistrado que escuchaba
atentamente el interrogatorio al agente federal, se asustó –lo vi en la
expresión de su rostro--;de inmediato levantó su martillo de madera –símbolo de
la justicia --,y dejándolo caer con fuerza sobre su escritorio, e intimidando
al abogado para que se moderara en sus acusaciones le dijo: “ ¿No sabe usted señor Degurents que con sus
declaraciones está comprometiendo gravemente al gobierno de los Estados
Unidos?. Mike ante esa inesperada actitud del juez y algo sorprendido bajó el
tono de voz. El magistrado dio así por terminada la sesión ese día. Se
continuaron los alegatos en la corte. En las visitas que me hacía el abogado en
la cárcel me reclamaba y también a mi familia que Oscar o su esposa no habían
comenzado siquiera a abonarle o cancelarle los honorarios de los cuales ellos
lo habían contratado para que atendiera mi defensa –de los cuales me imagino
que deberían ser muy altos por ser un abogado de mucho prestigio--. Entre mi
familia y algunas personas amigas pudieron reunirle unos catorce mil
dólares—sino es mas--.Seguramente le pareció muy poco dinero por mi defensa. Un
día se apareció a la prisión con otro abogado llamado Wendell Odom, me lo presentó
como mi nuevo defensor; que él era un gran abogado con gran experiencia ya que había sido fiscal por
varios años. Que él no podía seguir representándome, porque no le era permitido
por la ley, y de seguir haciéndolo lo meterían a la cárcel porque era un delito
defender a dos personas en el mismo caso. Después comprendí que como no le
dimos una cantidad grande de dinero de la que él estaba acostumbrado a cobrar
por sus honorarios, no le interesaba mi caso. Fácil fue entender después con el
tiempo cuando ya tenía mi mente más despejada pensar de que si sabía que no podía defenderme porque
era un delito contra la ley, entonces porqué desde un principio tomó mi caso?.
Del dinero que mi familia le entregó
a Mike, sólo cinco mil dólares le dio al abogado Wendell Odom.
El dinero que le dio fue tan
relativamente poco para un abogado defensor en un caso federal que parecía casi
como un insulto, y más que de ese dinero tenía que pagar los costos de un
intérprete y el tiempo que tenía que dedicarle a mi caso no compensaba con el
dinero entregado por Mike.
Mi amiga mejicana Lidia, le pidió a
Mike que por favor me ayudara. Ella se identificó ante él como miembro de la
fraternidad Masónica de Méjico. El también como miembro masón le preguntó que
si yo lo era, entonces, todo podía ser diferente. Ella no podía mentirle porque
él personalmente al preguntarme lo comprobaría, le dijo que no. Su actitud
cambió con esa respuesta. Quedándose callado no hizo mas comentarios al
respecto.
Wendell vivía muy sorprendido, sin
poder entender el comportamiento tan
agresivo del Fiscal y de los federales en mi contra. Siempre decía, que no
querían ceder ni en una mínima parte, si muy bien sabían que mi caso era tan
simple. Que lamentaba mucho porque cada vez que me visitaba nunca era portador ni siquiera de alguna pequeña buena
noticia.
El estado anímico causado por la
tensión nerviosa de estar en esa clase de prisión con toda esa cantidad de
gente, y con todos sus conflictos, mas la preocupación por la precaria
situación que estaba pasando mi esposa y mis hijos, e impotente sin poder hacer
algo por ellos inconscientemente fueron minando mi estado de salud .
CAPITULO IV
El día veintiocho del mes de agosto
a las seis de la tarde había terminado
de hablar por teléfono con mi esposa, como era mi hábito de todos los días,
colgué el teléfono y tomé una ducha.
Después de terminar mi baño, entablé
conversación con un muchacho chicano (Méjico-americano), me comentaba que el
cambio de alimentación cambiaba el
metabolismo y las excreciones del estómago eran diferentes, como de color
verde. Le comenté que mis excreciones en los dos últimos días eran de color oscuro líquidas como el color de la coca-cola. Al poco rato me fui para mi cuarto y me
recosté a leer. Sentí deseos de ir al baño, pero no solté el sanitario. Busqué al
chicano y le pedí el favor de que se asomara a la taza del sanitario para que
comparara con las deposiciones de las
que estábamos hablando minutos antes para ver si coincidían, pues yo tenía duda
porque notaba que no eran iguales. Cuando encendí el interruptor de la luz y se
iluminó la celda, el muchacho se asomó a la taza y miró atentamente el contenido.
Me miró fijamente y preguntó: cuánto tiempo hacía que estaba haciendo del cuerpo de ese color. Le
respondí que desde la noche anterior. La sorpresa e inquietud se le reflejó en
su cara. Me dijo rotundamente: “ ¡ Hey
¡, colombiano”, eso no es del cambio de dieta. Tú debes tener alguna cosa muy
grave, es mejor que vayas de inmediato a la enfermería. Le repliqué que yo
estaba bien, que si sentía algo iría a la mañana siguiente.
El muchacho sabía instintivamente
que algo muy grave me estaba sucediendo. Salió de mi celda y sin que me diera
cuenta llamó al guarda de seguridad le
comentó lo que yoel había visto.
A los pocos minutos de ese
incidente, me paré en el marco de la puerta de mi celda. En ese momento sentí
un leve mareo; pensé que me había dejado sugestionar del muchacho. Minutos más
tarde se acercó el guarda de seguridad a la reja del cuarto donde están todas
las celdas preguntando por la persona que iba para la enfermería.
El chicano se acercó y me dijo que le había informado al
guarda de que algo muy delicado me estaba pasando y que debería ir donde el
médico para que me revisara. Le pedí el favor de recoger mis pertenencias, eran
más que todo mis libros y los guardara
hasta mi regreso.
El guarda abrió la reja de seguridad
y salimos caminando por los pasillos del piso diez que era en el cual estaba
recluido. A medida que íbamos caminando me sentía más mareado e iba mermando el
paso hacia el ascensor. Notaba que los guardas que estaban por los pasillos me
miraban un poco extraño. Cuando llegamos a la puerta del ascensor me flaquearon
las fuerzas y tuve que sentarme al lado de la puerta de este, a esperar a que
llegase. Cuando el ascensor llegó tuve
que entrar arrastrándome, porque en ese
momento no pude pararme. Ese pequeño
descanso que tuve mientras bajaba del piso diez al segundo piso donde se
encontraba la enfermería me dieron fuerzas para llegar caminando hasta la
puerta de entrada del cuarto de urgencias donde se encontraba el médico. Me
paré recostado sobre la pared que da al marco de la puerta de entrada de la enfermería. Esperé interminables
minutos para que me hicieran pasar donde el médico. No resistí y caí sentado.
Se me vino el vómito esparciéndose sobre la entrada del consultorio. El médico
salió casi corriendo para ver lo que pasaba. Me miró inquisitivamente, luego
miró lo que yo había arrojado y exclamó: “esto es vómito café”. Le dijo a uno
de los internos que ayudaba en el aseo y mantenimiento de los pasillos que
trajera algo para recoger lo que yo había arrojado y que me proporcionara otro uniforme
limpio. El médico sin hacer ningún comentario se entró a toda prisa a su
consultorio.
Un par de minutos después llegó el aseador
con una sábana tirándola sobre el vómito me dijo que lo recogiera. Yo intenté moverme
para hacerlo, pero no me obedecieron mis brazos, ni mi cuerpo. En ese instante
me di cuenta del el estado de gravedad en que me encontraba.
El aseador viendo lo imposibilitado
que yo estaba en ese momento tuvo él que
recogerlo.
Al frente del consultorio había un
cuarto de espera (tanque) donde estaban varios pacientes que necesitaban atención médica. El
aseador dijo que me estuviera en el
tanque hasta que el médico me hiciera pasar. Me senté en la taza del sanitario
y vacié ese líquido negruzco por última vez.
Después de lavarme la cara en el
lavamanos y de cambiarme el uniforme me hicieron pasar a la enfermería.
Cuando crucé la puerta, la primera
escena que vi, fue al médico al lado de una camilla, a tres o cuatro paramédicos que sostenían en
sus manos máscara de oxígeno, agujas y bolsas con suero, varios policías
estaban allí presentes, Me ordenó el médico que me acostara en la camilla,
porque tenían que llevarme a un hospital,
porque estaba muy grave. “Yo no lo puedo
atender en este sitio y no quiero estar
en problemas si usted se muere aquí”.
Me colocaron suero, oxígeno, otras
medicinas. Me sacaron en camilla a una ambulancia hacia un hospital, custodiada
por siete carros radio-patrullas de la policía.
Al llegar a la sala de urgencias del
Hospital Ben Tau, me estaban esperando cinco médicos. Me colocaron suero con
medicina en ambos brazos; sonda a la vejiga, al corazón y al estómago para que
drenara la sangre descompuesta. Después de que me tomaran una endoscopia, el
resultado del diagnóstico fue: dos úlceras al estómago, una úlcera en el área
pre-pilórica, la otra en el área bulbar, gastritis, y anemia aguda. Durante
tres días me dieron medicinas. No me dejaron hacer llamadas a mi familia, ni
menos permitieron visitas, no pudiendo enterarse ellos de lo que estaba
pasando.
A las siete de la mañana del cuarto
día entró el médico Iraní D. Kyriazis y dijo: “vamos a hablar de su cirugía”. Yo le
miré algo confundido, le pregunté de qué
cirugía me estaba hablando. El comenzó a explicarme que con medicina me habían
controlado una úlcera, pero que había una en el estómago que por la posición en
que se encontraba no le alcanzaba a llegar muy bien la medicina, que todavía
sangraba un poco, que por tal motivo debería hacerme una cirugía. Le dije que
yo me tomaría la medicina como él lo ordenara. Dijo que él sabía que yo lo
haría, pero muy persuasivamente dijo que
él no se responsabilizaba si me llevaran de nuevo en estado de gravedad, que en las circunstancias en que yo
estaba no debía oponerme; mi decisión
tenía que dársela cuando el regresara de nuevo a las doce del medio día. Era una manera de temor que me infundía para
que lo hiciera bajo la presión de que yo no tenía otro recurso por la situación
en que me encontraba. Después con el
tiempo comprendí cual era el negocio de ellos y los hospitales, ya que los
honorarios que le cobran al sistema federal son muy altos. Si en ese tiempo no
hubiese estado mentalmente tan confundido, no habría permitido que me hubieran
hecho una cirugía; el abogado también sufría de úlcera, la mantenía controlada
con medicina, y no había necesitado de una operación, y menos que mi úlcera sangraba ya muy poco, la
hubieran podido controlar fácilmente con un adecuado tratamiento.
Como lo había prometido el médico
regresó a medio día. Confundido sin
saber qué hacer, porque los federales nopermitieron que llamara a mi familia o pedir una segunda
opinión médica tuve que firmar la autorización para la cirugía.
Salido del quirófano con un pié
menos de largo mi intestino y destirpado un pedazo de estómago me colocaron en un cuarto para seis
personas. Pasada la anestesia regresó el médico a visitarme. Me informó de lo
que me había hecho en la cirugía. De inmediato le reclamé el porqué me había
extraído el pedazo de intestino si ya la úlcera estaba controlada. Respondió
simplemente que para que algún día no volviera a molestarme.
E l roce de la sonda que drenaba mi
estómago me producía un dolor insoportable en mi garganta cada vez que yo
intentaba tragar saliva, para colmo de males, me aplicaban un calmante para el
dolor; no sabía si era más doloroso el
mal (la sonda) o el remedio. Cuando me inyectaban el calmante, tan fuerte era
su efecto que me despertaban las pesadillas; el dolor de cabeza que me producía
era insoportable, tan grande el
desespero que parecía que se me iba a estallar. Le suplicaba a los
enfermeros que no me inyectaran el calmante, que prefería aguantar el dolor que me producía la
sonda y la herida a tener que soportar los efectos de la medicina. Replicaban
que no podían hacerlo porque era orden del médico. De repeso las escenas
deprimentes que tenía que soportar con las personas compañeras de cuarto. Al
frente de mi cama colocaron a un negro alto corpulento que le habían pegado
varios tiros en el cuerpo, todavía estaba bajo de los efectos de los
alucinógenos que había ingerido. Forcejeaba con los enfermeros , se quitaba las
sondas que tenía en los brazos y la mascarilla de oxígeno. Estaba acostado,
daba unos saltos con cama y todo y la
azotaba contra el piso. Se calmaba un poco
cuando ellos estaban allí; cuando seiban se iban, volvía a comenzar la
escena. Llegaban corriendo los enfermeros de nuevo a forcejear con él. Por
último optaron por amarrarlo a la cama. Como se veía impotente gritaba y
resoplaba como un toro enfurecido. Al lado de este y cama de por medio había un
hombre texano que le habían amputado un brazo desde el hombro, se quejaba
continuamente, tener que ver y oír a los otros compañeros de cuarto con sus
enfermedades y dolores. En medio de ese espectáculo de ver salir y entrar gente
del cuarto en el que estaba, tuve que soportar
todo resignadamente en silencio.
Los guardas que me custodiaban eran
policías del condado de la ciudad de Conroe. Normalmente no enviaban al mismo
policía todos los días, pero algunos los asignaban a repetir el turno cada dos o tres días.
Un día asignaron a un policía para
custodiarme en el turno de la noche. Este salió en la mañana normalmente para
su casa a descansar. Me sorprendí al verlo de nuevo en el turno de la noche.
Por ley tienen que dejar esposado al tubo de la baranda de la cama al
prisionero mientras los policías salen por veinte o treinta minutos a tomar
su cena. Así lo hizo el guarda y antes de salir corrió la cortina que separa mi cama de la de
los demás. Me quedé dormido, no sé por cuánto tiempo. Cuando desperté todavía la muñeca de mi mano derecha estaba esposada a la baranda de la
cama, justo el lado donde queda el timbre para llamar a la estación de
enfermería. Como mi cuerpo estaba lleno
de sondas y sueros colocados en mis
brazos no tenía manera de moverme. Comenzó de nuevo el dolor intenso en mi cuerpo, estuve por largo tiempo en espera que el
guarda regresara y liberara mi mano para
así poder tocar el timbre para que de la
enfermería me asistieran. Como veía que el policía tardaba mucho en regresar, ya desesperado por
el dolor comencé a gritar en voz alta
para que me pudieran oír desde la
estación de enfermería Al instante sentí que algo se movía con brusquedad detrás de la cortina.
Me asusté un poco, en ese momento se corrió la cortina apareciendo el guarda algo sorprendido por
los gritos. Como me había quedado dormido, no me enteré en qué momento había
regresado de tomar su cena. Corrió la cortina al rededor de mi cama para que no
me diera cuenta que había acomodado dos sillas detrás de ésta recostándose a
dormir, y dejándome esposado a la baranda.
Supe después que cuando el
guarda había salido de turno esa mañana,
se suponía que debería irse para su casa a dormir. Pues no lo hizo, y se fue a
una reunión que tenía en casa de su hermana. El nunca se imaginó que lo
enviarían de nuevo esa noche para que me cuidara.
Mi familia al saber de ese incidente ocurrido, por medio del
abogado le pusieron la queja al juez. Este prometió que iba a investigar esa
conducta del policía para imponerle una sanción. (Todavía estoy esperando el
resultado de esa investigación).
Unos días después llegó el médico
para hacerme el chequeo de rutina, me
comunicó que ya tenía que darme de alta. Le pedí el favor de que no lo hiciera todavía porque
me sentía muy mal y no era capaz de
estar con toda la populación (población)
de la prisión. Solo conseguí que me dejara un día más.
CAPITULO V
Cuando me trasladaron de nuevo a la
cárcel de Houston, llegué allí a la sala- hospital de la prisión. Esta sala la
manejaba un médico y unas cuantas enfermeras. Después de la operación me comenzó
un daño de estómago que muchas veces era diarrea y el resto del tiempo mis deposiciones eran flojas.
—Me duró esta molestia alrededor de catorce años--.
A las cuatro semanas el médico me
dijo que no podía tenerme por más tiempo en la sala del hospital, porque había
otros pacientes que estaban en espera de una cama para tratamiento. Le supliqué que no me enviara
todavía a una celda porque me sentía muy débil y mas por mi continua diarrea,
que él sabía muy bien lo terrible que era estar en esos cuartos con la
populación y todo el espectáculo que tendría que soportar día y noche. El vio
el estado tan lamentable en que me encontraba pero no podía hacer nada más por
mí, e incluso dijo que, me había tenido una semana más de lo permitido, que si
algo grave me sucedía o empeoraba llamara al guarda, para que me sacaran a
urgencias.
Me subieron a un salón del piso diez
con la respectiva superpoblación de Internos.
Tan grave era el estado de salud en
que me encontraba, que los compañeros mejicanos y los demás hispanos se
ofrecían para afeitarme. Todos los internos incluyendo los norteamericanos me
veían de continuo y por largos ratos sentado en la taza del sanitario, los oía
comentar y maldecir al sistema por el trato tan inhumano en que me tenían.
Un par de días después de confinarme
a una celda para que sobreviviera como pudiera, me llevaron a consulta donde la
dietista de la prisión. Me examinó y tomo mi peso; estaba en setenta kilos de
los noventa y cinco que pesaba cuando entré a la prisión. Le pedí a la doctora
encarecidamente que me ordenara el sustacaf, que es un suplemento alimenticio
líquido muy completo en proteínas, vitaminas y minerales como complemento para
mis comidas, yaque por ser vegetariano y por el estado de debilidad en que me
encontraba, era indispensable para mi recuperación. Ella rotundamente dijo que
no podía, porque el presupuesto de la institución era muy reducido, uno de los
factores era por la superpoblación, y únicamente se lo podía recetar a unos pocos internos por
lo costoso y sólo se lo podía dar a los
que ella consideraraque estuvieran muy
delicados de salud. Dijo que cuando me sintiera mal avisara a los guardas para que me bajaran
a la enfermería; que me volvería a ver en dos semanas y no antes porque
tenía turnos pendientes con muchos
internos.
Al cabo de una semana, antes de lo
acordado, fui llevado de nuevo donde la dietista. Me pareció algo extraño,
primero porque la cita que anotó en el libro era para quince días después; y
segundo porque la cantidad de gente que tenía en lista para atender era
demasiada. Tomó el folder de mi record médico, comenzó a mirarlo, dijo que me subiera a la báscula para tomar mi
peso. Miró el número de libras que marcaba
la aguja de la balanza, confrontó con lo anotado en la hoja de la vez anterior.
La observé como cambiaba la expresión de su cara entre sorprendida y
preocupada. Me hizo bajar y subir de nuevo a la báscula, como tratando de
corroborar de lo que veía. Por dos veces seguidas me hizo hacer lo mismo.
Cuando hubo comprobado que la pesa no estaba funcionando mal, la noté algo
intranquila, rápidamente me hizo pasar a su pequeña oficina donde tenía su
escritorio. Le pregunté qué era lo que estaba pasando, porqué me había hecho
subir a la báscula varias veces. Dijo que inicialmente pensó que la báscula
estaba dañada, pero no era así. Dijo que en el transcurso de esa semana yo
había bajado de peso ocho libras; que no era normal, peligroso por mi delicado
estado de salud. Estaba muy azarada y dijo que iba a firmar la orden para que
de inmediato se me comenzara a suministrar el sustacaf, además dos sándwiches
extras en cada comida; uno de pan integral con mantequilla y queso, otro de
mantequilla de maní y mermelada con doble ración de queso, mas una porción de
frutas extra; eso era lo único que ella
podía hacer por mí.
Comencé a tomar el sustacaf, pero como era tan
dulce, me irritaba el estómago, más diarrea me producía, entonces tenía que
regalárselo casi todo a un anciano negro que estaba muy enfermo.
Las salidas al hospital donde me habían hecho la cirugía a los
chequeos médicos eran otra odisea, y especie de tortura. Me sacaban a las
cuatro de la mañana y me conducían a un “tanque” hasta que fueran las siete u
ocho de la mañana después del desayuno, mientras llegaba la hora en que me
recogían para llevarme al hospital.
Atado como siempre con cadenas de pies y manos, apenas podía dar pasos cortos
al caminar, así la distancia de la caminada por los corredores del hospital que
eran pasillos muy largos acompañado por dos guardas uno a cada lado, me
parecían interminables, el hospital era muy grande, y para peor de los males
los consultorios quedaban al otro extremo de la entrada principal. Cuando me
traían de regreso a mi celda llegaba totalmente agotado por el esfuerzo que
había hecho; por la falta de apetito y el poco alimento que podía ingerir, pues
algunos de ellos no los resistía mi estómago por el estado tan sensible en que
había quedado después de la cirugía, solo un par de días después volvía a
recuperar algo de mis fuerzas.
Mi
familia le había comentado al abogado que la continua presión que el
gobierno me hacía, y los problemas familiares, yo comía muy poco, eso habían
sido las causas que precipitaron el desenlace grave para mi salud. El muy
tranquilamente les había contestado que nadie era culpable de que yo no
comiera; que allí en la cárcel me daban alimentos. Si él vivía afuera aunque
con sus preocupaciones tenía una úlcera desde hacía algún tiempo, entonces cómo
debería estar mi estado de ánimo en las circunstancias tan adversas en que me
encontraba?.
Un día fui llevado a la sala de
visitas de la prisión. Allí estaba un agente del FBI. Se me presentó como el agente
Mike, estaba acompañado de una mujer “chicana” que era su intérprete. Se me
hizo extraño, no podía comprender qué relación podría tener yo con el FBI. Noté de inmediato que me
miraba como impactado. Dijo que me había visto en los juicios de la corte
varias veces y que en este momento le había sido difícil reconocerme; que
sentía mucho por el estado de salud en que encontraba. Le pregunté que yo qué
tenía que ver con el FBI., me respondió que, cuando una persona se escapaba,
ellos entraban en parte a hacerse cargo del caso. Abrió una carpeta, comenzó a
mostrarme varias fotos de hombres y otra de una mujer, preguntó si yo los
conocía o si alguna vez los había llegado a ver. Le respondí francamente que
nunca los había visto y menos que relación podrían tener con Oscar. Dijo que por formalidad lo
preguntaba, porque sabía por experiencia que las personas que no estaban
involucradas en el narcotráfico entre menos supiesen de estas actividades era
mejor por seguridad para los que sí lo estaban. Continuó diciendo: su record de
los trabajos y todas sus actividades en los Estados Unidos han sido muy bien
investigadas hasta el momento actual, y son correctas. Dijo que si algunas
veces me había utilizado Oscar en la entrega de algún dinero a la agencia de
giros podría haber sido como un favor especial, en calidad de que yo era
empleado de confianza de su empresa. Además le dije que muchas veces había ido
a llevar los teléfonos celulares a esa agencia para que los arreglaran porque
continuamente se estaban dañando pues allí mismo era el sitio donde los había
comprado y le daban el servicio de mantenimiento. Continuó diciendo que una de
las funciones de él era hacer “el trabajo sucio” que es el de seguir y detener
a las personas; que mi participación había sido muy mínima, pero que no podía
hacer nada porque Oscar se había escapado. (Lo mismo que me habían mandado a
decir con el abogado el fiscal y los agentes federales--en otras palabras,
pague por él)
Mike me miró fijamente, y
recostándose sobre el espaldar de su silla dijo: Cuando lo vi a usted por primera vez en la corte, era usted una
persona fornida (noventa y cinco kilos)
ahora en el estado que usted se encuentra está irreconocible (sesenta y cinco
kilos) y no creo que salga vivo de aquí para comparecer ante la corte. Como he
podido investigar su vida aquí en los Estados por lo que le está pasando y lo injusto de lo que le están haciendo, de
alguna manera voy a ayudarle introduciendo ante el juez una moción de reducción
de sentencia.
La traductora se acercó (sin que se
diera cuenta Mike de lo que ella me decía en español) y dijo: con éste señor
llevo trabajando siete años y durante este período de tiempo le puedo asegurar
a usted señor Hurtado que cuando él le pide algo aun juez, éste sabe que lo que
le está pidiendo es algo muy justo, nunca le han llegado a negar nada. Tenga
por seguro que él lo hará. Dudé de lo que ella me decía en ese momento porque
en esa situación se aprende a no confiar en nadie que represente a la justicia
norteamericana, al enterarnos de la gran cantidad de casos de personas que han
sufrido engaños, mentiras,
coacciones, falsas promesas e
infinidad de conspiraciones en manos de
los representantes del Estado. Tiempo
después me enteré por medio del abogado que el agente Mike sí había cumplido su
palabra introduciendo la moción de reducción de sentencia, creo que era la
K-33.Todavía debe estar preguntándose Mike el porqué le fue denegada su
petición. Si él hubiese tenido acceso a todos los documentos anteriores
respecto a mi caso, de inmediato habría comprendido que era imposible ayudarme
para que me rebajaran sentencia, mucho menos que me dieran una probatoria o la
libertad. Escondieron muy bien el arreglo que habían hecho con Oscar para que
no se fuera a mencionar en las audiencias.
El abogado Wendell siempre decía que
no podía comprender el porqué estaban ensañados conmigo los federales, el
fiscal y no querían ceder absolutamente en nada, si mi caso era tan simple.
Yo estaba cansado de esa situación
por tanta presión; un día en que Wendell fue a visitarme le dije que yo creía
que el arreglo hecho por Oscar con los federales había sido la causa de su
escape, que viera si había alguna manera
de usar eso a mi favor. Dijo que no entendía de qué arreglo yo le estaba
hablando. Entonces le relaté todo lo que yo sabía del pacto hasta ese momento.
A medida que le iba contando abría más los ojos por lo sorprendente de la
información; dijo que él ignoraba esa
parte y no tenía la menor idea de que eso existiera. El desconocía hasta ese
momento el fondo de la verdad de todo lo sucedido. Le insistí que hiciéramos
algo al respecto. Muy perturbado dijo: No, no,
señor Hurtado; ni mencionar eso en la Corte; “esa es un arma de doble filo” y es muy
peligrosa.—después comprendí que él como ex-fiscal que había sido, sabía lo
grave que era ese delito cometido por
ellos, no iba a permitir que yo fuera en contra de sus colegas y amigos-- . En
ese momento Wendell pudo entender el
porqué del ensañamiento de los federales
contra mí.
El fiscal y los federales propusieron
que me sometiera al detector de mentiras. Lo acepté de inmediato porque sabía
que con esa prueba iba a salir libre de culpa de cualquier participación de
narcotráfico. Me llevaron a una oficina el día de las supuestas pruebas con el
detector; iba acompañado del abogado, allí estaba el fiscal, pero no vimos
aparatos de ninguna clase. Este le dijo a Wendell que no iban a hacerme ninguna
prueba porque habían determinado que los resultados de un detector de mentiras
no eran muy confiables. Seguramente se habían dado cuenta a tiempo que con las
declaraciones de Oscar a mi favor, lo investigado de mi comportamiento en ese
país perderían el caso porque no me encontrarían involucrado en drogas.
Desesperados porque no tenían
pruebas sólidas en mi contra, necesitaban justificar ante el gobierno el error
cometido, e involucrar al que fuera a cualquier costo, y sólo tenían a una
persona detenida que era a Rafael en un caso tan delicado y comprometedor.
Wendell se enteró, y me hizo saber
que a Rafael le habían propuesto que si declaraba en mi contra le rebajarían
tres años de los diez de prisión que había acordado cuando admitió su
culpabilidad. Era su palabra contra la mía; ante la ley su palabra es la que
tiene valor. Tenía hasta ese momento Rafael tres años menos de condena –y dos
años menos que más adelante le rebajarían-- a pesar que le habían encontrado en
su poder pruebas de veinticinco kilos de cocaína y varios miles de dólares
producto de esa actividad.
El fiscal Bert Isaacs por medio del
abogado me mandó a proponer que si me declaraba culpable me daban una sentencia
de cinco años en prisión. Que mi caso era muy simple pero no podían hacer nada
por mí, porque Oscar se les había escapado. (Sencillamente pague por él)
Wendell me dijo que si me iba a
juicio no tenía la opción de que me absolviera un gran jurado porque a Rafael
lo iban hacer declarar en mi contra y no teníamos la manera
de enterarnos del arreglo que lo habían obligado a hacer para que dijera lo que
ellos querían. Así están las cosas en Norteamérica.
El buen record de trabajo, el buen
comportamiento durante todos los años que hasta en ese momento tenía, las
recomendaciones de muchas personas norteamericanas , amigos hispanos, grupos
religiosos y familiares ya no tienen mucho valor dentro de los nuevos
parámetros que conforman la nueva ley. Las personas que conforman el gran
jurado solo están supeditadas a decir si
el individuo es o no culpable aunque el noventa y nueve por ciento de su vida y
actividades sean intachables. Con el nuevo sistema de represión judicial es tal
el poder de los fiscales que manejan propiamente y sin escrúpulos la justicia
en los Estados Unidos, usando a veces cualquier método sin importar cual sea,
para mejorar su record y escalar
posiciones ya sea dentro del gobierno o después como profesionales. Con los
nuevo gidelines ………..-los jueces tienen que regirse por ellos, sin poder tener
opinión o apreciación personal , no pueden decidir bajo su propio criterio.
El abogado me comentó que varias
veces se había encontrado con el juez en las Cortes, y siempre le preguntaba por mi estado de salud,
cosa que no es común según Wendell que
un juez se preocupe por un Interno. En una ocación le dijo que debido a la
nueva reforma judicial no podía hacer nada por mí. El juez le dijo que yo tenía la oportunidad de escoger los
cinco años de prisión que me ofrecía la fiscalía. Nunca he podido saber si el
juez Kenneth Hoyt en el momento de darme la sentencia, estaba enterado del
acuerdo de Oscar con el gobierno. Si así hubiere sido, entonces él hizo lo de
Pilatos, se lavó las manos condenándome para proteger a sus amigos.
Wendell dijo me tomara mi tiempo y pensara muy bien
si tomaba los cinco años de prisión o si
me iba a juicio con la seguridad de perder el caso por el atenuante del testigo
en mi contra y que serían por lo menos
doce años en prisión.
Les comenté a mis compañeros de celda
lo que había dicho el abogado, quería escuchar sus opiniones, pues tenían más
tiempo peleando sus casos y por consiguiente más experiencia. Casi al unísono
todos dijeron que por ninguna
circunstancia fuera a cometer el error de someterme a un juicio porque con el
sistema judicial imperante me despedazarían y menos con el testigo que ellos
tenían para que declarara en mi contra, que hasta ahora nadie le había ganado
un pleito al gobierno y menos que pagaran indemnizaciones a nadie, porque a ti
el que te condena es un gran jurado y no el estado. Si en ambos casos apelas y
ganas, no tienes derecho a reparación económica, ya por haberte declarado
culpable o por haber sido condenado por
el Gran Jurado.
Las personas que conforman el gran
jurado ignoran lo que está pasando con las nuevas reformas de represión que le hicieron a la ley; ellos
son condicionados, manipulados, inducidos o como se le quiera llamar a través
de los fiscales a decir únicamente si la persona es culpable o inocente, no
importa que estén a favor del acusado teniendo en cuenta como base sus buenos antecedentes o
porque su falta sea mínima, y que con una sentencia probatoria sería
suficiente. Nada de esto tiene valor, por consiguiente están con las manos
atadas y amordazadas como los jueces por
así decirlo de alguna manera. En el transcurso de mi condena me enteré que
varios jueces federales al no soportar el daño tan grave que las reformas al
sistema judicial le estaban causando a la nación y no poder hacer nada al
respecto, moralmente no resistieron y renunciaron a sus cargos. Es tan delicada
esta situación, a tal extremo, al abolir
la ley de oportunidad para los primeros ofensores, que es algo arraigado en la
idiosincrasia del pueblo norteamericano, con probatorias o pequeñas condenas
según el caso, están llevando a que colapse su misma sociedad.
Por esos días estaba en auge el sr.,
Bill Clinton, en su primera campaña a la presidencia de los Estados Unidos
junto con su esposa Hillary, para captar más votos prometieron a la asociación
de familias de los presos que volverían a establecer la ley para los primeros
ofensores. –Todavía se está esperando que se cumpla esta promesa—
Comencé a vislumbrar la verdadera
realidad de la democracia de esa nación que nada tiene de diferencia en sus procederes
a muchos países del mundo
Sin ninguna otra opción y con el
consejo dado a tiempo por mis compañeros, tuve que aceptar en silencio los
cinco años de prisión que me ofrecía la fiscalía y una supuesta colaboración
con el gobierno, colaboración que sabían muy bien que no poseía porque Oscar de
antemano les había dicho que yo no sabía nada de sus actividades, y Mike de
FBI, también lo había investigado.
CAPITULO VI
Era Embajador de Colombia en uno de
los países asiáticos mi amigo Carlos L, al enterarse de mi mal estado de salud y del mal trato por
el que yo estaba pasando, entonces se puso en contacto con el cónsul de
Colombia en Houston para que fuera a visitarme y se enterara de la real situación
en que me encontraba.
Por el día miércoles el Cónsul hizo
una llamada a la dirección de la prisión solicitando una cita para el día siguiente
y mirar cuál era mi estado de salud. Muy temprano en la mañana de ese día
jueves me sacaron de la cárcel con destino a la penitenciaría federal de
Texarkana, no habiendo terminado todavía mi caso, no pudiendo entrevistarme con
el Cónsul. Mi familia dijo que el Cónsul había puesto la queja ante la
cancillería colombiana e informó de lo
que estaba sucediendo. Por esa época estaba de canciller Noemí Sanín. No hubo acción alguna de protesta
por parte del gobierno colombiano.
Nos desviamos hacia la prisión del condado de
la ciudad de Conroe a una hora de Houston para recoger a otros siete internos federales que iban con
el mismo destino. Largas horas de espera dentro de un “tanque”, tiritando de
frío por el excesivo aire acondicionado, enfermo, bajo de defensas, con un
overol de mangas cortas como uniforme
La camioneta Van en que nos
transportaban la hacían correr a noventa millas por hora (ciento cincuenta
kilómetros) por una carretera de solo dos carriles; en cada salto que daba la
camioneta por la irregularidad de la carretera, al caer por el impulso de la velocidad, sentía el
golpe en la reciente herida de la cirugía. Tensionados, un poco asustados por
la velocidad en que íbamos, los compañeros le exigían a los Marshalls que
mermaran la carrera, porque ni ellos ni nosotros llegaríamos vivos a Texarkana,
además les decían que iban con una persona que recientemente había salido de
una cirugía al estómago, que tuvieran un poco de consideración. No valió los
insultos e improperios que nerviosos les decían los internos a los Marshalls.
Al cabo de cinco horas de viaje, más que viaje, un martirio, además la
incomodidad por las cadenas con que nos llevaban atados llegamos a la prisión.
Horas interminables dentro de otro “tanque”, en espera del mismo procedimiento
de rutina, chequeos médicos, reseña, toda clase de papeleo, en espera de que me
asignaran una celda. El viaje para mí fue fatal, llegué exausto, no podía
levantar cabeza, menos estar de pié por largo tiempo. La medicina suministrada me producía tal desespero y una fuerte ansiedad que sentía deseos de
arrojarme por una de las ventanas de los dormitorios del segundo piso; decidí
entonces no tomarlas más.
Los hispanos, en especial los
colombianos de Texakana sumaban más de
sesenta me acogieron muy bien, siendo muy considerados conmigo, regalándome implementos de aaseo
personal y ofreciénsose para lo que necesitara.
Como compañero de cuarto me
asignaron donde Gino, un paisano de Medellín, que muy gentilmente me cedió la
cama de abajo del camarote. Su esposa Dora, que también vivía en Houston y mi
señora se pusieron de acuerdo, nos visitaron un fin de semana. La amistad entre
ellas continuó. –Año y medio después de terminar Gino su sentencia , en una de
las visitas de mi esposa a su casa, ella le mostró una foto que yo le había
enviado desde la prisión de Tres Ríos, cuando él la vio miró a mi esposa y le
dijo: este no es ni sombra del Héctor que yo conocí; ahora que lo veo ya
recuperado, con otro semblante le voy a contar algo del cual no le había dicho
por no saber en qué estado actual él se encontraba; pero como lo veo ya
bastante bien te diré que cuando Héctor fue mi compañero de cuarto todos los
paisanos sabían que compartíamos el mismo cuarto, que regularmente nos sentábamos
juntos en la mesa del comedor. Cuando
por algún motivo los paisanos no nos
veían juntos en el comedor, se acercaban a mí y me preguntaban: “ya se murió el
paisano, que no lo vemos hoy contigo?”
--Veinte años mas tarde al
encontrarme de nuevo con Mauricio , otro de los compañeros de Texarkana, y que
fue la única persona con la que seguí comunicándome por cartas, dijo que, para
ese tiempo todos los compañeros que me habían conocido, siempre le preguntaban por mí ( la virgen María)
sobrenombre que me colocaron según ellos por la suerte que tenía de encontrarme
todavía vivo; que la Virgen me había
hecho un milagro (dicho popular en Colombia). Le decían que yo no debería estar
vivo.
Estuve recluido en Texarkana por
espacio de cuarenta y cinco días siendo regresado de nuevo con todas las
incomodidades del viaje a Houston para recibir en la corte la sentencia de
cinco años.
Después de que me dieran la
sentencia, fui recogido en el aeropuerto de Houston por un avión federal junto con otros internos para ser llevados al
centro de distribución en Rino Oklahoma, luego de allí ser repartidos a cada prisión
asignada por el Bureau de Prisiones.
No hubo mas escalas para recoger
personal; ésta había sido la última parada, el avión llevaba su cupo completo.
Como es habitual, a todos nos
llevaban encadenados de pies y manos. Los guardas tenían que permanecer todo el
tiempo de pié, sus únicas armas son los bolillos de madera. Para ellos poder
estar de pié y sostenersen, tenían que agarrarse de los pasamanos que eran unos
tubos adaptados y empotrados sobre el
techo del avión. La cabina donde están los controles de la aeronave donde se
sientan los pilotos no tienen pared divisoria; de tal manera que todos dentro
del avión nos podíamos ver y observar como la tripulación piloteaba el a vión.
Yo estaba sentado junto a la ventanilla que da sobre el ala derecha. Era la
época del comienzo del invierno, no nevaba todavía pero sí hacía un frío muy
intenso, los vientos demasiado fuertes, que para esos días azotaban
intensamente al Estado de Oklahoma.
El avión comenzó a bajar lentamente
sobre la pista del aeropuerto, con sus ruedas listas para tocarla, faltaban, treinta
metros para llegar, una fuerte sacudida se sintió, ladeándose la aeronave hacia
su lado derecho; un potente v iento lo clavó sobre la pista, faltando poco
menos de un metro y medio para que la punta del ala derecha tocase el
pavimento. Todos estaban conmocionados, casi paralizados aguantando la
respiración, en espera del golpe final sobre la pista. Desde el asiento en que
me encontraba miraba impávido el espectáculo; veía como se iba acercando la
punta del ala sobre el pavimento. No tenía
en ese momento ningún sentimiento o emoción alguna, no importaba si
vivía o moría, solo deseaba que toda esa pesadilla terminase, y descansar. Ese
era el estado anímico y de salud que en esos momentos me encontraba.-- Años
después escribiendo este libro, y viendo las imágenes tan desbastadoras de los
secuestrados por la Farc, en especial la de Ingrid Betancourt en la selva y lo
expresado por una de las personas de cautiverio liberadas, decia que a ella no
le importaba vivir o morir; me hizo recordar ese incidente de mi vida.--
Desde mi asiento observaba toda la
escena, vi a uno de los guardas aferrado a los pasamanos, cerrar sus
ojos, esperando y dando como por un hecho el impacto del avión.
La tripulación y el piloto muy asustados, en un esfuerzo desesperado
instintivamente agarró con sus manos fuertemente el timón y en fracciones de
segundo lo empujó hacia atrás, comenzándose a levantar lentamente la parte
delantera del avión, y a la vez enderezándolo, lo enrutó de nuevo hacia las
nubes. Sobrevolamos alrededor del aeropuerto por varios minutos hasta que se
calmaron un poco los fuertes vientos. Ya en tierra sobre la pista nos colocaron
en fila al lado del avión en espera hasta que llegasen los autobuses que nos
iban a transportar. Vestíamos el uniforme caqui de mangas cortas, sin chaqueta
que nos protegiera del frío; soplaba un viento helado tan intenso que me
penetraba hasta los huesos, no dejaba de tiritar y escapaba de que el viento me
tirase al piso. Un guarda de acercó donde me encontraba, mirándome dijo
riéndose en tono burlón, qué si no era capaz de sostenerme en mis dos piernas,
dándome un leve empujón. Si un compañero no hubiese estado en ese momento cerca
de mí; de bruces hubiese caído al suelo.
En cada prisión a la que me llevaban,
aunque fuese por un solo día, el procedimiento de reseña era el mismo, no
importaba cuántas veces pasare por cada una de ellas. En Rino estuve por varias
semanas, confinado en una celda igual que los otros Internos que íbamos de
tránsito, no teníamos derecho a los patios para recrearnos y tomar el sol, se
estaba propiamente encalabozado todo el tiempo.
Supuestamente iría para Texarkana,
lugar de mi destino final; con sus largas e interminables horas de viaje en un
autobús, como siempre amarrado con cadenas, pensando que por fin terminaría la
pesadilla de los viajes, pero el destino me tenía guardada otras sorpresas
más. Este era no más que el comienzo del
sin número de viajes y calabozos que me esperaban.
Al llegar a Texarkana no me llevaron
directamente donde está toda la populación (población), sino que me condujeron
directamente al calabozo (hoyo). Uno de los directivos de la Institución me
explicó que Rafael había sido asignado a esa prisión y por orden de la Corte
con el programa de protección a testigos no podían tenernos juntos en la misma
Institución; entonces les pedí que me transfirieran a una prisión nueva que
recientemente habían abierto localizada en el pueblo de Tres Ríos, que estaba a
cuatro horas de Houston, ciudad donde residía mi familia.
Nos permitían bañarnos tres veces por semana, con su respectivo
ritual. Parado de espaldas con las manos
atrás, junto a la reja de la celda para que el guarda colocase las esposas y
así poder abrir la reja. Me conducían por un pasillo hasta la reja de entrada
donde estaban las duchas. Ya adentro se repetía el mismo ritual y de regreso
hacían lo mismo. Para tomar una hora de sol tres o cuatro días por semana, el
procedimiento era casi igual. El sitio era totalmente enmallado por los cuatro
lados y el techo; había un tubo de hierro de unos cuantos metros de altura con
un aro en su extremo superior que hacía las veces de canasta de basket ball, y
un balón para que hiciéramos ejercicio. Nos sacaban al mismo tiempo a varias
personas. Allí en esas salidas a tomar sol conocí a un colombiano de nombre
Agustín; me comentaba que le parecía extraño que lo sacaran de la populación y
lo hubieran metido al “hoyo” sin ninguna causa aparente; allí en ese lugar
solamente confinan a personas que están bajo castigo o van a hacer trasladadas
para otra Institución. Una mañana que nos sacaron a tomar el sol me preguntó
porqué estaba encalabozado. Le conté mi caso y de lo que me estaba pasando.
Después de escuchar con mucha atención mi relato se quedó mirándome y se echó a
reír. Yo bastante desorientado, le pregunté la causa de su actitud, y dijo:
Ahora sí comprendo por qué estoy en el “hoyo”, y por qué me van a transferir de Institución. Comenzó diciendo,
que él había sido el novio de la señora propietaria de la agencia de giros
donde supuestamente Oscar había hecho sus transacciones, e incluso ellos dos
habían tenido en el pasado problemas con la ley en otro Estado. Ella aparecía en
la lista de sus visitantes, pero hacía más de dos años le había dicho que no
volviera a visitarlo porque su relación la había dado por terminada, pero por
un descuido no la hizo borrar de la lista de los visitantes. Ella en esos
momentos se encontraba huyendo de la ley. Rafael iba a declarar en su contra
cuando la detuvieran. La Corte por protección lo había hecho separar también de
Agustín. Entonces él fue transferido a la prisión de Rino Oklahoma.
CAPITULO VII
De Texarkana me trasladaaron de
nuevo al centro de distribución en Rino Oklahoma, como siempre con sus largas
horas de camino, cadenas, la misma comida, los mismos trámites, papeleos y al
mismo salón celda, sin tomar sol y sin recreación. Allí estuve por un mes. Al
cabo de ese tiempo completaron el cupo de un autobús y salíamos con destino a
la nueva prisión de Tres Ríos. Por fin llegaba a descansar a mi destino final
para recuperarme. Ese fue mi pensamiento. ¡Pero cuán lejos estaba de la
realidad!. Es un viaje extremadamente
largo, por el estado de salud en que me encontraba en esos momentos me parecía
una eternidad; once horas de camino, una sola parada de una hora para tomar el
almuerzo los guardas. No me atrevía a comer los sándwiches y el agua anilina de
sobremesa que nos daban para el almuerzo
por temor a que me cayeran mal y tuviese que hacer uso del sanitario, al llevar puestas las esposas en mis manos encadenadas a la cintura, el movimiento de los
brazos para poder llevar la comida hacia la boca era muy mínimo, por la poca
distancia que quedaba de separación, además las cortas cadenas que tenía
alrededor de los pies, el overol con su abotonadura era difícil quitarlo para
poder sentarse en la taza del estrecho sanitario del autobus si hubiese sido
necesario. No tuve otra alternativa que aguantar hambre hasta el lugar de
destino.
Tres Ríos era una de las últimas
nuevas prisiones de categoría de nivel medio construidas por el sistema federal,
con capacidad para ochocientos Internos. (Actualmente, y desde hace muchos años
el negocio de hacer prisiones tanto Federales como las de los Estados se lo
endozaron a la Industria Privada, para que las tengan al servicio del gobierno.
Podrán imaginarse cuál será el costo para los contribuyentes). Nosotros los
recién llegados éramos casi las últimas personas para completar el cupo de la Institución. Pensé que éste
sería mi lugar final para comenzar realmente mi recuperación.
Para esa época el sostenimiento de
cada Interno le costaba al estado cincuenta dólares diarios, aparte de la
medicina especializada con sus respectivos tratamientos y medicamentos, los
diferentes programas de educación media universitaria, transporte y otros (todo
por cuenta de los impuestos de los contribuyentes). La alimentación es muy
similar al menú de las fuerzas militares
de ese país.
El desperdicio diario de alimentos
es enorme, porque algunos Internos no lo consumen a pesar de que es muy bueno y
demasiado abundante; muchos de los
alimentos que sobran en perfecto estado, está prohibido, guardarlos por normas
del gobierno para que sean consumidos al siguiente día, teniéndolos que arrojar
obligatoriamente a los desechos. La dotación de uniformes, camisetas, ropa
interior, zapatos, pasta dental, cepillo para los dientes, máquinas de afeitar,
papel higiénico, lápices, papel para escribir, sobres para carta etc.;
todo es suministrado gratuitamente. Cada
unidad de alojamiento tiene dispensadores de hielo, horno microondas, dos
salones con televisión máquinas individuales para lavar la ropa, o lavandería general a donde se lleva con su
respectiva bolsa para que sea lavada. Hay un gimnasio, canchas para football,
basketball, sotfball, tennis y otros; se podría decir que son como hoteles de
casi cinco estrellas.
Un par de meses después cuando ya
estaba acoplándome y en vía de recuperación, fui llamado de nuevo por la corte
a Houston.
De Tres Ríos a Houston solo queda a
cuatro horas de distancia. Fui llevado y dejado en un pueblo de nombre Beeville
a dos horas de camino. No comprendía porque no me llevaban los Marshalls
directo a Houston, si cuatro horas de camino prácticamente era demasiado cerca.
La estadía en prisiones que no son del sistema federal tiene su costo y por
cierto no es barato. Pasé como siempre por todos los requisitos de chequeos
médicos, papeles de reseña etc., de cada prisión, con sus largas horas de
espera, para luego ser confinado a un salón-celda, sin derecho a salir a tomar
sol o hacer ejercicio. Me tuvieron allí por una semana, luego siguiendo la
correría me llevaron de nuevo a la
prisión del condado de Conroe, que como había dicho anteriormente queda a una
hora pasando Houston. Sometido
de nuevo a los mismos trámites de
llegada a cada Institución. Allí no teníamos sitios de recreación, siendo una
sala-calabozo más.
La ida a la corte para supuestamente
dar una declaración sobre la agencia de giros y que si sólo tardó veinte minutos
fueron mucho; quedando desocupado para
regresar de nuevo a Tres Ríos. Declaración
que para nada les servía por el contenido sin significancia para ellos; –como
lo había dicho anteriormente el agente del FBI., que solo era un formalismo que
cumplir para la fiscalía-- que es el juego de ellos de siempre hacerles creer que están muy
comprometidos con el Estado para de alguna manera manipular a las personas.
Cuando la Corte ha dado por
terminado un caso, normalmente una semana después regresan a los Internos a su lugar de origen. Yo pensé: por fin voy a
ver la luz al final del túnel y poder regresar
y recuperar mi salud; sin sospechar qué lejos estaba todavía de esa luz.
Días después de terminar mi última
cita en la Corte mi familia le preguntó al abogado porqué no me habían sacado de
ese hueco y trasladado a Tres Ríos. Wendell les dijo que para esos días según
el juez Hoyt quería verme para saber en qué estado de salud me encontraba, por eso debía esperar un poco.
Los días pasaban, también las
semanas y los meses, esperando minuto a minuto para que me trasladaran de nuevo
a Tres Ríos.
Los compañeros viendo que mi estado
de salud no era el más óptimo, comenzaron a insistir para que le dijera a mi
familia que llamara a la oficina Federal para que me sacaran de allí, pues
ellos habían vivido la experiencia del caso de un compañero, que después de
terminar su juicio en la Corte, por olvido lo habían dejado ahí confinado por
espacio de cinco meses.
Transcurridos interminables y
dilatados cuatro meses sin que el juez diera señales de querer verme, en vista
de la insistencia de mis compañeros, tomé entonces la determinación para que mi
familia se comunicara directamente con la oficina de los agentes federales y
les preguntara el motivo por el cual no me habían sacado de allí.
Cuando mi familia se pudo comunicar
con la oficina que directamente se encarga de hacer los traslados de los
internos, estos le respondieron que yo no aparecía en el sistema, ni en el
condado de Conroe. Muchas fueron las llamadas insistiendo, hasta que por fin
lograron ubicarme. De no haber sido por la continua insistencia de mis
compañeros, posiblemente hubiese pasado mucho tiempo allí o el resto de mi
condena olvidado, en un condado.
Una semana después, era recogido por
una camioneta Van para supuestamente viajar directo hacia Tres Ríos, que desde
Conroe queda a sólo a cinco horas de
camino, pues no fue así; me llevaron a una hora
antes de Tres Ríos a la vieja prisión de la ciudad de Corpus Christi;
con los mismos procedimientos de rutina, con sus largas horas de espera, la
misma clase de comida (sándwiches). A la media noche me condujeron a una celda, caí rendido de cansancio sobre
una colchoneta y con hambre, para muy temprano en la mañana ser levantado y
conducido a la nueva prisión de Corpus. Allí me tuvieron por cuatro días,
después de este tiempo me llevaron de regreso a Tres Ríos. Seguía haciéndome la
pregunta, cuál es la causa de que me estén caminando por tantas prisiones? Las
respuestas van llegando a medida que se comienza a conocer cómo opera el
sistema; por ejemplo, el transporte d prisioneros, está a cargo de los
Marsalls, es un departamento más que
hace parte de la burocracia que gana dinero y sobrevive a costas del Estado.
Al llegar de nuevo a Tres Ríos,
fui asignado a trabajar en la
biblioteca. En uno de los salones de al lado funcionaba el departamento de
sicología, allí conocí allí a Gabriel R., compañero mejicano que trabajaba para
dicho departamento, que estaba a cargo del Dr. George H, siquiatra de la
Institución, y ayudaba en un programa del gobierno de “No a las drogas”,
programa a nivel nacional de prisiones y para algunas ciudades de Texas,
dirigido por Joe G., sargento de las Boinas Rojas. Programa básico con cuarenta
horas de duración para los Internos que desearan tomarlo voluntariamente. Me
pidieron que les colaborara en el programa. Yo acepté encargándome de la
papelería y organización del programa, Gabriel en traducirlo al papel del inglés al español.
Lo que más me llamó la atención
dentro del programa, fue encontrar la información estadística de las personas
que anualmente fallecen en los Estados Unidos por el consumo de drogas, estando
en primer lugar el tabaco con quinientas
mil muertes de personas al año,seguido por el alcohol con ciento cincuenta mil,
por último veinticinco mil por causas del consumo entre anfetaminas , LSD,
cocaína, morfina y otras drogas alucinógenas; siendo este último porcentaje
comparado con las dos anteriores muy bajo, más si se separan individualmente,
como el consumo de cocaína, ésta quedaría con un porcentaje ínfimo.
La mayoría de las personas que están
tomando el curso, cuando llegan a esta parte, se enteran por las estadísticas,
de esta realidad, automáticamente le preguntan a Joe—más que una pregunta era
un reclamo—cómo es posible que a una persona que la detienen con varias onzas,
o un kilo de cocaína cuyo valor aproximado es de veinte mil dólares le imponen
una condena de cinco a diez años de prisión, mas otros cinco de probatoria,
confinados en una Institución de nivel
medio, que conlleva la mayoría de las veces en un costo de seiscientos mil
dólares a la Nación por cada juicio, mientras las personas que cometen delitos
llamados de cuello blanco, por ejemplo, las estafas, robos al Estado, quiebra a
los bancos de ahorros del pueblo norteamericano, muchas de esas otras clases de
delitos por grandes cantidades de millones de dólares, sólo les imponen una
condena de un par de años si mucho, en la mayoría de los casos a meses de
prisión, con el premio de enviarlos a una Institución del más bajo nivel y de
mínima seguridad como lo es un Campo; que el gobierno gaste exorbitantes cantidades
de dinero en salud para las personas enfermas por causas del tabaco y el
alcohol, que son los primordiales causantes de los estragos en la salud, no
compensa el dinero del impuesto recaudado ni siquiera en la más mínima parte
para el sostenimiento tan costoso de esos tratamientos, entonces porqué a ellos
les imponían esas penas tan altas?. Como
siempre Joe, sin respuesta alguna, sencillamente se limitaba a contestarles que
el tabaco y el alcohol eran drogas ya legalizadas por el gobierno, que pagaban
sus impuestos, además eran un medio de generar empleo, y muchas familias se
beneficiaban de esas industrias. (En la
actualidad está prohibida la venta de cigarrillos en todas las prisiones; pasó
a ser más rentable pero para los guardas que los introducen de contrabando con
un costo hasta de veinte dólares por un solo cigarrillo. Qué se dirá del costo
de la mariguana, cocaína, heroína y demás alucinógenos?) Colaboré en ese
programa por más de un año, siendo tan extraordinario su éxito dentro de la
prisión, que la dirección nacional del Bureau de Prisiones envió unos
inspectores desde Washington para
visitar la Institución, siendo el programa tomado como modelo en español
para todo el sistema federal. —Me enteré con el tiempo que este trabajo había
sido para Joe una de las causas de su ascenso a un cargo más alto dentro del
gobierno--.
El siquiatra estaba muy satisfecho
del trabajo realizado por Gabriel y por mí. El Bureau de Prisiones nos otorgó certificados
de reconocimiento. El Dr. George nos preguntó qué podía hacer por nosotros. Le
pedimos que nos rebajaran el tiempo. Nos respondió: si en mis manos estuviera
la decisión de poder hacerlo, lo haría, pero con la nueva ley le era imposible,
porque sólo le permitía dar el quince por ciento de rebaja por el buen
comportamiento. Pero si nos dijo que, en compensación nos iba a recomendar para
que nos dieran el traslado a la Institución que está localizada en frente de
esta, que es una Prisión- Campo de mínimo nivel de seguridad.
La copia de un memorándum emitido
por la dirección nacional de prisiones, que había llegado a mis manos por medio
de otro Interno decía; “No tienen derecho a Campo: “Cubanos, ni Colombianos”;
por tal motivo no le di crédito ni importancia a la recomendación de la cual nos había hablado el siquiatra.
Dentro de todo el sistema del Boreau
de Prisiones se encuentran las Industrias Unicorn constituidas por todo tipo de
actividades, como de manufacturas, electrónica, reparaciones industriales,
mecánica, tapicería, muebles para oficina, variedad de servicios etc.,
compitiendo con la industria nacional a un costo de entre veinte y cincuenta centavos de dólar la hora
pagada a los internos, contra el salario mínimo de cuatro cincuenta de dólar
devengado por un obrero de la empresa privada,(para esa época) siendo ésta una
de las causas de las muchas protestas y peleas con la industria nacional,
porque todos sus productos se los vendían al mismo sistema federal y a otros
clientes particulares con el precio normal de los de la industria privada;
siendo los principales accionistas de esas industrias los mismos jueces
federales de la Repúbica, según me enteré en esos días. Si las industrias
Unicorn generan tanta rentabilidad ( incluso una vez le escuché a un directivo,
que de las ganancias que producían las industrias Unicorn eran suficientes para
pagar el gasto de todas las prisiones), entonces por qué se toma del presupuesto
federal que es dinero de los impuestos de los contribuyentes para sostenerlas?.
La respuesta usual: políticas del estado, o no obteníamos respuesta alguna.
Hice una aplicación para trabajar en las industrias como obrero y así ganar un
mejor salario, pero los turnos en la lista de espera eran muy largos debido a la sobrepoblación,
por consiguiente es difícil su ingreso, y a veces se tarda hasta más de dos
años.
Me enteré que en esta prisión –como
en muchas otras—que algunas guardas les prestan sus servicios sexuales a los internos que deseen y
puedan pagarlos. Los honorarios se hacen a través de depósitos bancarios de
dinero en efectivo hecho a una cuenta a nombre de la persona que ellas indiquen.
Igualmente utilizaba el mismo sistema de
cobro el guarda que introducía droga dentro de la Institución. Durante el
tiempo que permanecí allí, por una vez fui testigo.
Tenía la absoluta seguridad que a
Gabriel sí le darían el traslado al Campo por ser mejicano, además por tener la
residencia. En esos momentos, era tal la sobrepoblación en la prisiones, que tuvieron que trasladar personas que estaban
en instituciones de nivel medio a los Campos, éstos a la vez llegaban a sobre poblarse;
había una escases muy grande de cupos en todas las prisiones. La noticia de mi
traslado para el campo fue una gran sorpresa, pues no esperaba ese cambio
repentino, de las políticas de
discriminación.
Inesperadamente en la mitad de
diciembre de mil novecientos noventa y
dos, a Edison S., que era otro colombiano y a mí nos avisaron de nuestro
traslado al Campo, institución del más bajo nivel.
A cinco personas nos hicieron
recoger todas nuestras pertenencias porque íbamos para el mismo lugar, nos
metieron a un “tanque” mientras llenaban todos los papeles para el trámite de
nuestra salida. El Campo queda al frente a unos cuatrocientos metros de distancia.
Nos abrieron la reja, salimos caminando junto a un interno del Campo que nos
estaba esperando en la puerta, en un carro eléctrico pequeño en el cual llevaba
todas nuestras pertenencias. Al dejar la
última reja que nos separaba para ir a
la nueva institución todos respiramos profundamente y mis compañeros exclamaron:
¡por fin sin más esposas y cadenas, ni
más cercas eléctricas con alambres de púas!. Seguimos caminando libres de los
aceros que nos ataban anteriormente, --sin sospechar que todavía me faltaba mucho camino por recorrer con cadenas y calabozos—llegamos a las
oficinas para que nos buscaran acomodo en alguno de los edificios de los
dormitorios.
El Campo tenía una capacidad para
ciento cincuenta internos, llegando a tener trescientas cincuenta personas en
esos momentos, como todas las Instituciones, con exceso de población. Encontré que algunas de las personas aquí
recluidas pertenecían a cierto estatus social, condenadas por diversos delitos
de los llamados de “cuello blanco”, como banqueros, empleados públicos, también
jueces federales, abogados, altos oficiales de la policía y otros.
Al siguiente día, le pedí el favor a
un compañero “chicano” que me acompañara a los alrededores del Campo para
conocer los límites y poder saber hasta donde era permitido salir. Al pasar por
determinado lugar extendió su mano, señalando un sitio específico del terreno
dijo: mira Colombia—me llamaban así por
ser el primer colombiano que llegaba al campo--, allí hace quince días con una
retroexcavadora hicimos un hoyo y enterramos más de medio millón de dólares de
toda clase de implementos nuevos que estaban almacenados. Incrédulo por lo que
decía y algo perturbado le pregunté la causa de ese desperdicio; con un gesto
de no darle mucha importancia a lo que decía, como algo natural para él, alzó sus hombros
diciendo: los supervisores del gobierno llegarán de un momento para otro, si
encuentran esos implementos en la bodega
sin darles uso, automáticamente le recortan el presupuesto al Campo para el año
siguiente. Después supe que en algunas Instituciones los desentierran y los
venden en el mercado negro. Con todos estos incidentes tuve que comenzar a
creer que este país era el ídolo con los
pies de barro, igual que Colombia y muchas naciones, no hay diferencia alguna
dentro de la burocracia con el desperdicio, y despilfarro de los dineros del
fisco nacional.
Fui asignado a trabajar en el
comedor. Diariamente veía como eran
arrojadas grandes cantidades de alimentos a los desperdicios porque no eran
consumidos por los internos, no por
estar en mal estado o mal preparados, sino que no eran del agrado de algunos
internos. Por normas estrictas del gobierno estaba prohibido guardar cualquier
alimento para que fuesen consumidos al siguiente día. Un ejemplo de ello eran
los días viernes que se preparaban tres bandejas grandes con hígado
encebollado, dos y media bandejas se tiraban a los desperdicios, y muchos
alimentos más. Las fiestas más importantes que se celebran en el transcurso del
año en todos los Estados Unidos son varias, y en las prisiones las
celebraciones que les hacen a los Internos son unos verdaderos banquetes como
para una clase social media-alta con una gran variedad de postres etc.,
desbordan cualquier idea de abundancia y despilfarro.
CAPITULO VIII
Allí conocí a un juez federal, --
nunca me enteré cuál era la causa de su condena--, en confianza le conté mi
caso, le mostré todos los papeles de la corte, al terminar de revisarlos dijo:
tú has sido “el pichón”, expresión muy común en Norteamérica; “chivo expiatorio”
en nuestra expresión popular; dijo que sacara la conclusión de lo que en esos
momentos estaba pasando con la justicia
Norteamericana, el gobierno con las nuevas reformas a las leyes les dio
propiamente todo el poder a los fiscales, y a la DEA, con su nueva arma de los (guidelines), tablas de sentencias, relegando a los jueces a
un segundo plano –esto me lo había comentado tiempo atrás el abogado Wendell--,
sin poder hacer nada para favorecer a
los primeros ofensores, que dentro de la sociedad norteamericana era una
costumbre institucional de darles una oportunidad, teniendo en cuenta su buen
comportamiento con de la comunidad, buen record de trabajo, las referencias
personales al estudiar el caso de cada
persona, que no fuese un delito grave como un asesinato, el juez podía decidir
respecto a la sentencia según su criterio personal, pero eso ya no tiene ningún
valor. El juez moviendo su cabeza hacia ambos lados en expresión de actitud negativa de
preocupación e incredulidad dijo: ya sabrá usted hacia dónde va la justicia en
este país con esas leyes de represión y no de soluciones, las cuales con el
tiempo nos estarán llevando al precipicio y a un colapso total.
Al poco tiempo después de haber
llegado al campo me enteré que la prisión de Tres Ríos había llegado a tan alta
su sobrepoblación que algunos de los salones del hospital tuvieron que ser
adaptados para dormitorios, lo mismo algunos sitios dentro de las unidades.
Todas las Instituciones están sobre-pobladas, cada día construyen más, e
incluso la empresa privada está construyendo prisiones para recibir a los
Internos del sistema federal, que día por día aumenta considerablemente. El
negocio burocrático continuará mientras continúen entrando personas a las
cárceles y no haya soluciones al problema del consumo de drogas, siendo todo
esto sostenido por el dinero de los
impuestos del contribuyente.
A comienzos del año de mil
novecientos noventa y cuatro, mi último año de reclusión, un interno llegado de
la prisión de Texarkana, me hizo el
comentario que a Rafael hacía un tiempo
atrás lo habían sacado de la Institución por cuatro o cinco meses, y a su
regreso había llegado hablando de sólo cinco años de sentencia de los siete que
inicialmente tenía; si eso era cierto, entonces yo debería estar de salida casi
al mismo tiempo con él, solo con un mes de diferencia.
Finalizando el mes de febrero de mil
novecientos noventa y cuatro, faltándome solo cuatro meses para terminar el
tiempo de mi sentencia llegó la orden de mi traslado para la prisión de Oakdale
en el estado de Lousiana. A varias personas nos recogieron en el campo, a otro
colombiano había que recogerlo al frente en la Institución de Tres Ríos; como
él no era de mínima seguridad, entonces nos tuvieron que llevar de nuevo a
todos esposados .Viaje, con más de ocho horas de camino.
La prisión de Oakdale le facilita al
departamento de Inmigración dos unidades de dormitorios para los Internos que
van a hacer deportados hacia varios países del mundo, ya que la prisión de inmigración que está al
lado es de poca capacidad para albergar a tantas personas que de continuo están
siendo enviadas a sus países de origen.
Ese mismo día de llegar a Oakdale,
me encontré con varios compañeros que había conocido en Texarkana, se
sorprendieron al verme junto con toda la populación. Uno de ellos, el de más
confianza, Gabriel, (bigotes), se acercó y me preguntó: estás enterado quién
está aquí también de salida?. Le respondí, posiblemente Rafael, según noticias
que recibí hace algún tiempo atrás, le habían rebajado dos años de su condena;
continuó diciendo, recuerdas que a Agustín lo trasladaron por causa de Rafael?;
sí recuerdo; hace un tiempo sacaron a Rafael de Texarkana, y al cabo de varios
meses lo regresaron de nuevo. Después de haber declarado en contra de la señora
de la agencia de giros, llegó hablando de menos tiempo de su condena. Según
ellos, se habían enterado por medio de Agustín del motivo de los dos años de
rebaja que le había dado el gobierno. No
entendemos porqué no te han
separado de él. Si tiempo atrás te tuvieron encalabozado por él, porqué ahora
no lo hacen?. Les respondí: más sorprendido estoy yo, porque el gobierno lo
tiene incluido en el plan de protección a testigos. Por su seguridad según el
gobierno no deberían tenernos juntos. Me preguntaron qué relación tenía
Agustino conmigo en el caso. Les relaté detalladamente todo mi caso. Desde ese
momento, sin que me diera cuenta comenzaron a hacerle la vida imposible a
Rafael, llegando a tal punto que no quiso volver a salir al campo de
recreación, permanecía todo el tiempo en la unidad del edificio en la cual
había sido asignado.
Pasaron cuatro días de estar con
toda la populación, y en la tarde del quinto día, domingo, escuché el llamado a
través de los altavoces pidiendo que me
presentara de inmediato a la oficina del teniente de guardas. Todos los
compañeros que se encontraban conmigo en ese momento dijeron a la vez: ¡ Héctor
vas para el hoyo!. Tomé mis pertenencias, me despedí de todos porque sabía lo
que me esperaba, me encaminé hacia la oficina del teniente. Este me miró
inquisitivamente, rascándose la cabeza como una señal de preocupación,
preguntó: hace cuántos días que está usted en la populación?. Hace cuatro días,
fue mi respuesta. El teniente estaba de frente al computador, miraba la
pantalla, se rascaba de nuevo la cabeza, volvía a mirarla como si no diera
crédito a lo que estaba viendo. Tomó aire profundamente, exhaló con un fuerte
respiro y acercándose más al sitio donde yo estaba parado me preguntó: sabe
usted por qué lo he llamado a mi oficina?; sí señor ,le respondí secamente,
porque aquí en la populación se encuentra Rafael Martinez. Con una expresión
muy marcada en su cara se le notaba
bastante su preocupación. Me hizo saber que por orden de la corte no podían
tenernos juntos, pero por un error lo habían hecho.—Incidente con consecuencias
delicadas en su contra si se enterase el gobierno—Le insistí diciendo que ya
estábamos de salida, que entre los dos no había ningún problema. Traté de todas las formas posibles de persuadirlo
para que no me metieran al “hoyo”, porque no sabía cuánto tiempo iba a
permanecer allí, o si iba a pasar metido
el resto de los meses que faltaban para mi deportación. Lamentablemente
no puedo hacer nada por usted, dijo, tengo que llevarlo a “segregación”
–calabozo—mientras se le resuelve su situación. Tomó las esposas que cargaba en
su cinturón, me las colocó en las manos y me condujo de inmediato por unos
pasillos confinándome en una celda.
CAPITULO IX
En una visita de rutina, uno de los
directivos de la Institución entró para pasar revista a todos los que estábamos
ahí recluidos, enterarse de cual era el estado en que nos encontrábamos y oir
cualquier inquietud que tuviésemos; se sorprendió al verme, me reconoció de
inmediato, porque este señor en Tres Ríos había sido jefe de la unidad donde yo
estaba asignado. En ese tiempo él me había pedido el favor de compartir mi
cuarto con un hombre negro de edad, ya que nadie de los hispanos quería hacerlo
por discriminación. Yo lo había aceptado sin problemas,--él también era un
hombre negro-- por eso se recordaba muy bien de mí y estuvo agradecido conmigo
cuando le colaboré con el alojamiento de ese hombre. Me preguntó cuál era la
causa por la cual yo estaba allí encalabozado. Después de contarle mi caso dijo
que iba a hacer algo al respecto para ayudar a resolver mi situación, y
ayudarme a salir de allí lo más pronto posible.
Por más de un mes estuve en el
calabozo tomando como siempre las únicas tres duchas por semana con sus
respectivos rituales de salidas. Sólo en compañía de mis libros, en espera que
terminase pronto la pesadilla de los calabozos que siempre me perseguían.
Definida mi situación me regresaron de nuevo con la populación; a Rafael lo
trasladaron al lado a la cárcel de inmigración.
El veintinueve de junio de ese mismo
año terminé de hacer mi tiempo con el sistema federal, quedé directamente por
cuenta de inmigración. Para ese tiempo se había retrasado por dos meses el
envío de inmigrantes que debían ser deportados para Colombia, por causa de un
impase con la aerolínea Avianca. Por lo menos cincuenta personas estábamos en
espera de tan ansiado regreso.
El día quince de julio a las cuatro
de la mañana nos presentamos en el salón destinado a las personas que iban a viajar, para que nos cambiásemos el
uniforme por la ropa de calle, que con anticipación a muchos de nosotros habían
sido enviadas por nuestras familias. Allí mismo nos entregaban el dinero en
efectivo que tuviésemos ahorrado en la tienda de la comisaria. Por un error
administrativo dejaron de entregarlo a tres de nosotros. El gobierno de los
Estados Unidos sólo reconoce el pasaje hasta Bogotá, de ahí en adelante corre
por cuenta de cada persona, hasta su ciudad de origen. Grande fue mi sorpresa ver a Rafael
en el mismo salón de los que íbamos a ser deportados. Parece que ya no le
importó al gobierno en ese momento el de tenernos separados a pesar de toda la
cantidad de tiempo que tuve que pagar de calabozo por su causa.
A las siete de la mañana nos hicieron
subir a un autobús. Nos llevaron a una hora de camino a una base militar, donde
allí nos esperaba un avión federal; este nos recogió y nos llevó a la ciudad de
Miami, donde supuestamente en las horas de la tarde viajaríamos para Colombia.
Al llegar a Miami nos condujeron al
centro de detención de Inmigración. En las horas de la tarde nos llevaron al
aeropuerto. Estacionaron el autobús a un
lado de una de las pistas de aterrizaje de las aeronaves, en espera de que se
fuesen acercando las tres de la tarde, hora en que saldría el vuelo de Avianca
con destino a Bogotá. Por un buen rato estuvimos allí estacionados. Era la
época de verano, la temperatura por esos días es muy alta, el autobús tenía
descompuesto el aire acondicionado, los vidrios de las ventanas estaban
subidos, por tal motivo el calor se hacía más insoportable.
El oficial de Inmigración que
siempre esta a cargo de entregar las personas deportadas al capitán del avión
de Avianca, y que ya conocía muy bien todos los trámites, tuvo un inconveniente ese día, y no fue a trabajar; en reemplazo enviaron a otro
oficial sin experiencia en esta clase de trabajo. La única misión que tenía que
hacer este oficial era entregarle las
personas deportadas al capitán junto con un paquete sellado dirigido al DAS.,
de Bogotá, esperar a que cerraran la
puerta, ver partir el avión y así poder regresar a su oficina con la seguridad
que había cumplido con su misión. De las personas que conformábamos el grupo
todas íbamos deportados por diferentes causas. El oficial encargado, por no
tener la suficiente experiencia en la entrega de deportados, y al no ceñirse
estrictamente al reglamento, le dijo al capitán que, todos los que iban a
viajar eran deportados por narcotráfico. Al oír esto el capitán Ramírez
rotundamente se negó a llevarnos: “En mi avión no llevo a ningún
narcotraficante”. Esa fue la respuesta que le dio al oficial. En medio de ese
encierro y del sofocante calor del autobús nos condujeron de regreso al centro
de detención de inmigración. Esta sala cárcel no tenía aire acondicionado, ni
duchas para tomar un baño y poder
mitigar así un poco el intenso calor. Era un salón grande con sus
respectivas bancas empotradas alrededor de las paredes. Acomodados en las
bancas o en el suelo tuvimos que pasar la noche. Las comidas eran lo mismo de
siempre; los sándwiches y el agua anilina como sobremesa. Al día siguiente
inmigración tuvo que repartirnos en dos grupos, pudiendo así de esa manera
conseguir que nos transportaran a todos ese mismo día. Un grupo, en el que
Rafael iba lo enviaron por Barranquilla y a nosotros los del otro grupo nos
enviaron vía Bogotá. Ese fue el último día que tuvimos esposadas las manos.
El día diez y seis de julio de mil
novecientos noventa y cuatro en las horas de la noche estábamos llegando al
aeropuerto el Dorado de Bogotá. Mi familia estaba pendiente de mi llegada, pero
desafortunadamente a los teléfonos que llamé, a uno no le entraba la llamada y
otro ya no estaba en uso, porque mi hermana se había movido de casa y yo no sabía su nuevo número. Ellos esperaban que
llegase a Cali supuestamente con el dinero que me debieron entregar en Oakdale,
y con ese dinero comprar el pasaje de avión hacia Cali, pero ignoraban lo que
me había sucedido. Entre algunos compañeros recolectaron dinero y me lo
entregaron, pero no era lo suficiente para un pasaje siquiera en autobús. Los dos
compañeros que me había encontrado al llegar a Oakdale (uno de ellos, bigotes),
me pidieron la dirección o el teléfono de Rafael en Cali— teníamos el mismo destino—según
ellos para ajustarle cuentas por soplón (sapo) por lo que le habían hecho a
Agustino y a mí (después con los años me enteré de sus muertes). Yo tenía su
dirección y teléfono, pero me negué rotundamente a dárselos, argumentando que
no tenía ni la menor idea donde él o su familia vivían.
En una de las salas de espera del aeropuerto
escogí un sitio en donde pudiese sentarme, recostar la cabeza sobre alguna
pared y pasar allí la noche. Hice amistad con un sub-oficial de la policía;
estuvimos conversando por muchas horas. De esa manera pasé entretenido parte de
esa larga noche. En las tempranas horas de la mañana, por fin pude comunicarme
con la familia. Me ubicaron el pasaje en el aeropuerto. Ese mismo día pude
viajar; para estar arribando en las horas de la noche a Cali. Terminando así
esta odisea, comenzando otra de nuevo en la jungla de cemento de las calles de
Cali……
Muchos años después por casualidad
me encontré aquí en Cali con Oscar; en la conversación me contó que durante el
tiempo en que yo estaba detenido se había pasado por la frontera de Méjico con
los Estados Unidos cinco veces, en una de esas pasadas a Houston llamó por
teléfono a su abogado Mike Degurents, este le pidió que por ningún motivo se
fuese a presentar a su oficina. Mike le propuso que si se entregaba a las autoridades, con absoluta
confianza y seguridad le garantizaba que en un año lo sacaba libre de la cárcel
anulando todo el proceso en su contra. La propuesta de su abogado era muy
tentadora; sabía que lo que él decía lo podía hacer y cumplir, pero pudo más el
temor a la cárcel y no se atrevió a hacerlo.
También me comentó que su ex-esposa
Nadima, cuando fue extraditada de Colombia hacia los Estados Unidos hace unos
años atrás, por conspiración en narcotráfico, al llegar, le propusieron que si
le entregaba a Oscar le daban la libertad y protección dejándola en ese país. Ella
les dijo que no sabía dónde se encontraba, que hacía mucho tiempo se había separado y no
tenía noticias de él.
Epílogo
Cómo es posible que Oscar no
aparezca como extraditable?, si el mismo agente del FBI Mike, y el abogado
Wendell me informaron que el gobierno lo habían declarado como extraditable. La
Interpol, el FBI, y el DAS, en Colombia no lo buscan; si el juez Platero anuló
los cargos para sacarlo de la cárcel,
activando la fianza vencida del caso anterior de la cual no tenía validéz para
el nuevo caso, entonces por qué si lo hicieron en mi contra ?. Cuidaron de
esconder muy bien todo y no mencionar nada de los arreglos que habían hecho con
Oscar durante los juicios en mi contra en la Corte,
incluso, el abogado Wendell no haya querido mencionar nada en el juicio,
ayudando más de esa manera a encubrir el
error cometido por ellos.
Quién conspira contra quién?. Nunca
existió extradición en contra de Oscar, o si la hubo en un principio fue
mientras me condenaban, anulándola después para borrar toda evidencia. El
abogado de Oscar conspira para que éste pueda escapar; entonces qué se esconde
detrás de todo esto?. “La respuesta la
tiene la justicia norteamericana”
Oscar vive en una ciudad de
Colombia; pertenece a un grupo religioso cristiano; en su hogar con su nueva
esposa apartado de toda esa vida agitada, sin dinero, trabajando normalmente
como cualquier persona en el oficio que él sabe, la pintura. Me dijo: “Jamás
tuve suerte con el narcotráfico, sólo fue para mí una ilusión, un deseo de ser
millonario ,un espejismo que trajo a mi
vida problemas e intranquilidad”.
Sería interminable la lista de
nombres de personas de importancia a nivel mundial y nacional pidiendo al
gobierno Norteamericano y a todos los gobiernos del mundo para acabar con el
flagelo de las drogas, buscando la manera de cómo poder legalizarlas y
regularlas, conjuntamente con programas integrales de educación, poder terminar con este fenómeno mundial que
día por día está acabando con el ser
humano, cuyas consecuencias son funestas para los países tanto consumidores
como productores, y exportadores principalmente como Colombia que está
colocando y seguirá colocando los
muertos mientras no se termine con éste
gran negocio económico. Las grandes potencias han dicho que se han ganado
algunas batallas contra el narcotráfico, pero hasta ahora se ha perdido la guerra.
El fiscal Bert Isaacs actualmente
por sus abusos y malos manejos de la
justicia ha sido rebajado de los altos cargos que le habían concedido a través
de tantos años, ahora está en graves
problemas y bajo investigación.
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