martes, 18 de marzo de 2014

LA VERDAD TRAS LAS REJAS

                                                              TERAPIA DIESEL

                                                        ( La verdad tras las rejas )


                                                                     Prólogo.

Con Jairo, compañero –en Tres Ríos--, su suegro, el señor Jorge prestante abogado, jurista, administrador de empresas y economista, íbamos rumbo a una población del eje cafetero donde el señor Jorge tiene una propiedad urbana y deseaba que  se la ayudara a vender. Jairo  sabía que yo usaba parte de mi tiempo trabajando como comisionista en la venta de propiedad raíz. Por alguna razón que no recuerdo, toqué el tema de lo que me había sucedido en los Estados unidos. Durante las cuatro horas que duró el viaje les relaté minuciosamente la terrible experiencia; escuchaban en silencio; solo algunas interpelaciones del abogado para  preguntar, o de Jairo para ampliar o dar más información de lo que él sabía o había vivido. Al terminar el relato, el primero en hablar fue el abogado; dijo: yo como abogado conozco o suponía conocer sobre la democracia del sistema norteamericano, pero nunca había escuchado algo semejante; es increíble lo que ha contado; “debes escribir un libro”, eso es muy importante. Jairo quien iba en la parte delantera del auto en el puesto del pasajero, volteó la cabeza para mirarme y dijo: yo viví y conocí muchas experiencias contadas por mis compañeros pero jamás había escuchado algo así, repitió lo mismo que había dicho su suegro: escribe un libro. También varios abogados, juristas y muchas personas amigas insistían en que tenía que hacerlo;  pero lo que más me llamó la atención fue lo dicho por el médico  la doctora Gina, cuando en un examen anual de rutina que me efectuó al preguntarme  la causa de la herida  grande que tenía en el estómago. Le conté sobre el tratamiento inicial en el hospital Ben Tau de Houston qué me habían dado, después  lo que el médico Iraní había dicho del porqué  me habían hecho la cirugía. La doctora  según lo relatado dijo que, no tenían por qué haberme sacado parte de mi estómago ni menos parte del intestino, que eso había sido innecesario, que sólo con una cauterización con rayo laser o un tratamiento hubiese sido suficiente, sabiendo además que ellos tienen los instrumentos  y la medicina más avanzada. No podía entender la causa de esa cirugía. Durante veinte minutos que duró la consulta, le narré a grandes rasgos lo  sucedido. Algo confundida, dijo no entender lo que le había contado, porque tenía muy en alto a los Estados Unidos, y suponía ser el ejemplo del primer país democrático del planeta. De ahí fue creciendo más la idea de escribir esta historia para que pueblo norteamericano se entere de una de las realidades de lo que está sucediendo y hacia donde lo están conduciendo  en su autodestrucción.

                                                        CAPÍTULO  I
Llegué al apartamento de Oscar a las ocho de la mañana para recoger las órdenes de trabajo de pintura de ese día veinte de enero de mil novecientos noventa, sin tener la más leve sospecha que ese día era el comienzo  de la catástrofe que se me  avecinaba y el filo de la espada de la muerte tocando mi garganta por dos veces.
 Al hacerme pasar, estaba con él un amigo colombiano,  que yo había conocido unos días antes. Me pidió el favor de que lo esperase por una hora. Era el tiempo que tardaba en ir y regresar del aeropuerto para llevar a su amigo, que también era contratista de pintura y construcción, e  iba de regreso a Nueva York su lugar de origen. Encima de la mesa del comedor había dinero. Le pregunté antes de que saliera para el aeropuerto, por qué tenía ese dinero sobre la mesa, me respondió que cuando regresara me explicaría.
Pasaron más de dos horas y media y Oscar no regresaba. Comencé a impacientarme por los trabajos que estaban pendientes que debíamos terminar ese día, y los sub-contratistas mejicanos deberían estar desde hacía ya  varias horas en espera de las órdenes de trabajo.
Eran las once de la mañana, cuando oí voces y pasos subiendo hacia el apartamento, que quedaba en el segundo piso. Tocaron la puerta y de inmediato introdujeron la llave en la cerradura y la abrieron. Entraron varios tipos de civil armados , seguidos por Oscar. Le pregunté qué estaba pasando; contestó que no me preocupara, que eran agentes federales de la DEA. Me pidieron mi identificación; yo les entregué mi licencia de conducción. Me ordenaron que me quedara sentado en un sillón mientras requisaban el apartamento, dijo el que parecía el jefe.
Oscar hablaba con ellos, les entregó una gran cantidad de dinero que tenía escondido en varios sitios del apartamento. Dijo que cuando iba de camino al aeropuerto la policía lo había interceptado ordenándole que se estacionara a un lado del camino. Segundos después aparecieron varios carros rodeándolos. Estos estaban llenos de agentes federales. Los federales le preguntaron que si les permitía  revisar su auto para ver si llevaba dinero porque ellos tenían informes que él se movía en actividades ilícitas. Que si no les permitían revisar su auto de todas maneras conseguirían una orden de un juez para hacerlo. A pesar que era una amenaza  lo que le decían, no opuso resistencia alguna y les permitió que lo hicieran. Como no encontraron nada en el vehículo, lo intimidaron de nuevo diciéndole, que tenían información  que desde su apartamento se gestionaban negocios ilícitos de dinero; que también podían conseguir la orden con un juez para allanarlo, si él no lo permitía voluntariamente; que sabían también que en los mismos apartamentos vivía Rafael M, que trabajaba con él en el mismo negocio ilícito; que no le fuera a negar, porque ya tenían algunas pruebas.
Cuando Oscar  se vio ya muy comprometido comenzó a decirles sobre sus actividades ilícitas. Le preguntaron qué personas había en su apartamento en ese momento. Les dijo que solamente estaba el señor Héctor esperándolo para recoger  las órdenes de trabajo de pintura para ese día. Que él no estaba involucrado, y no sabía nada sobre sus otras actividades de narcotráfico, sólo era encargado de la pequeña empresa de pintura.
Después de terminar de revisar el apartamento, nos condujeron a todos a las oficinas del edificio federal de la DEA. Después de permanecer muchas horas e investigar la vida y actividades en Nueva York  del contratista donde tenía su empresa, y sin encontrarle nada anormal fuera de sus actividades como contratista nos dijeron que nos podíamos ir, pues sólo les interesaban Oscar y Rafael, que no habían cargos en nuestra contra. Oscar les preguntó que si yo me podía hacer cargo de las cosas de su apartamento, y ellos dijeron que no había ningún inconveniente, y  me autorizaron.
Al siguiente día Oscar me llamó desde la cárcel para que fuera a hablar con su abogado Mike Degurents.
Este se sorprendió con la noticia de que Oscar estuviera en prisión. “También que iba su caso”, fue lo único que atinó en decirme. Ahora si está en un aprieto muy grande.
El abogado Mike estaba representando a Oscar por un caso en que estaba involucrado por lavado de dinero, y según el abogado iba a tener buen término. Este claramente me expresó que, como era un nuevo caso, el valor de sus honorarios iban a ser diferentes.
Un día después que regrese con Mike, y después  que  lo hubo representado en la Corte, me dijo que él no iba a continuar defendiéndolo porque los agentes federales le estaban presionando para que trabajara para ellos y que él no defendía a informantes.
Oscar todo el tiempo estuvo en contacto conmigo por teléfono desde la cárcel,  al cabo de dos días a eso de las once de la noche me hizo una llamada para que fuera a su apartamento;  me causó sorpresa, al saber que me citaba allí y no estuviese detenido. Dijo que personalmente me explicaría.
Confundido, de inmediato acudí a su apartamento. Comenzó diciéndome que el jefe de la operación John Wooley le había propuesto trabajar para ellos como informante y se libraría de esa manera de la cárcel. Le pagarían el diez por ciento de todo el dinero que ayudara a incautar y además los condujese a detener personas involucradas en el narcotráfico.
Viéndose en esa situación tan desesperada tuvo que aceptarles la propuesta.
Le pregunté cómo habían hecho para sacarlo de la cárcel. Inicialmente en esa época me dijo que se habían puesto de acuerdo el juez, el fiscal y la DEA, para liberarlo. –Después de diez y ocho años concidencialmente me encontré en la ciudad de Cali con Oscar. Le relaté todo lo que me había sucedido; escuchó en silencio; cuando terminé me dijo: “Cómo puedo compensar de alguna manera el daño indirecto que te he causado por haberme escapado?” Le pedí que  relatara exactamente con detalles todo lo que había sucedido y lo que yo ignoraba.
Comenzó diciendo: “El  veinte de enero de mil novecientos noventa el día de mi detención el jefe de la Operación Jonh Wooley me propuso trabajar para ellos y les entregara  personas involucradas con el narcotráfico, los condujera a la incautación de drogas y dineros provenientes de esa actividad, a cambio me exoneraban de la cárcel, y  con el diez por ciento como sueldo del dinero que ayudara a incautar. Asustado y desesperado por la situación en que me encontraba, además por un caso de dinero que me habían decomisado anteriormente y que estaba todavía en pleito en la ciudad de Beaubumonth, no tuve otra alternativa que aceptarles su propuesta. Dijeron que la información que yo tenía era muy importante para el gobierno,  además estaban escasos de agentes federales de la DEA, en Houston,  algunos colombianos estaban en la misma situación en que yo me encontraba en esos momentos, que esas personas estaban trabajando para ellos. Cuando mi abogado se enteró de todo esto se negó rotundamente a representarme aduciendo que  no defendía a personas informantes que trabajaran para la DEA. Yo le expliqué del arreglo que tenía que hacer con ellos por la presión que estaban ejerciendo contra mí, que no se preocupara porque yo pensaba escaparme. Mike me dijo que si yo era capaz de hacerlo, entonces sí me asistiría el día del acuerdo. Le prometí que así lo haría. Con esa promesa fue de la única manera que me ayudó ese día del convenio. 

Continuó diciendo: nos reunimos el juez  de Apellido Platero, el fiscal Bert Isaacs, el jefe de la operación John Wooley, el abogado Mike Degurents y yo.  El juez Platero enteró de ese convenio al gobernador del Estado de Texas por ese entonces George Bush hijo, éste autorizo, y de este modo se firmó el acuerdo. Quedé como miembro informante de la Dea.,  con el diez por ciento como sueldo  por el dinero  que ayudara a incautar. El juez al abolirme los cargos, automáticamente debió quedar anulado todo el proceso. Me aseguró que si me agarraba de nuevo en alguna actividad de narcotráfico me encerraría por muchos años;  me reactivaron la fianza del caso anterior por setenta y cinco mil dólares (que es contra la ley) de esa manera  salí libre de la cárcel. Temeroso de que pudieran tomar represalias contra mi familia si continuaba como informante, no tuve otra opción que salir huyendo de los Estados Unidos---.
Al salir Oscar de la cárcel, le colocaron un agente federal como custodio durante las veinticuatro horas, que debería seguir su vida normal de trabajo con lo de la pintura. Al oírle todo su relato esa noche, le dije que no quería verme en más problemas, que me iba a conseguir otro trabajo. Dijo que, ellos sabían que yo no estaba en esa actividad y por eso no me habían detenido ni formulado cargos en mi contra, además había firmado un (affidavit) en mi favor exonerándome de toda culpa y que los únicos implicados eran él, Rafael, y la propietaria de la agencia de giros,  que podíamos seguir trabajando normalmente con los contratos de pintura.
El tenía que reportarse por teléfono  a diario e informarles de todas sus actividades.
Muy preocupado  dijo  no sabía qué hacer, y no podía tomar el riesgo de entregar  gente porque peligraba él y toda su familia, iba a pensar como ir saliendo del lío en el que  se había metido. Estaba sometido a un estado de presión casi insostenible.
Un par de días después, Oscar fue a buscar a John, el agente federal  para hablar con él y decirle que no aguantaba más el estrés al que estaba sometido.
 Me quedé en su apartamento esperando  a que regresara, porque así me lo había pedido. En vista de que se tardaba muchas horas en regresar me fui para mi casa muy preocupado sin saber lo que le hubiese podido suceder. A las ocho de la noche  llamó desde su apartamento, me preguntó porqué no lo había esperado, que por favor regresara allí  para contarme   lo sucedido.
Cuando llegué lo noté muy relajado;  me quedé mirándole muy sorprendido; se sonrió y pausadamente dijo: conseguí que  quitaran el agente federal que me vigilaba todo el tiempo. Le pregunté, cómo lo había conseguido,  respondió que, al no poder  soportar la presión en la cual todo el tiempo lo estuvieran vigilando, no pudiendo saber como citar y entrevistar a las personas  que  supuestamente iba a comenzar a entregar; lo primero que ellos se cercioran por seguridad es si es seguido por alguien. Que en esas circunstancias le era imposible trabajar para ellos; que  mejor se iba de nuevo a la cárcel, y que su abogado lo defendiera. Que por ningún motivo fuera a hacer eso, le dijo John Wooley, lo necesitaban porque en esos momentos tenían pocos  agentes de de la DEA. En Houston. Entonces convinieron retirarle la vigilancia. Le ordenaron seguir con el plan convenido y estuviera reportando a diario cada una de sus actividades.
La decisión de quitarle la vigilancia fue inminentemente beneficiosa para él, pero fatal para mí.

                                                            CAPITULO II
Todo siguió su curso normal con respecto al trabajo de la pintura. Esos acontecimientos ocurrieron tan rápido y en corto tiempo. Un día en la mañana toqué a su puerta para recoger las órdenes de trabajo para ese día. Al no obtener respuesta,  preocupado abrí la puerta con la llave maestra que yo cargaba y que nos había dado la administración porque éramos parte del grupo de mantenimiento, para ver que estaba sucediendo.  Sobre la mesa del comedor había una nota dirigida en mi nombre en la cual  decía que, había tomado la determinación de irse, y que  siguiera con los contratos de pintura; le hiciera el favor de enviarle o llevarle algunas cosas que él pensaba hacerle llegar a su esposa a Colombia. Como yo tenía un viaje planeado desde hacía  muchos meses a llevar mercancías para vender, entonces aprovechar ese viaje. Junto con la nota dejó algún dinero para los gastos de transporte.
Salí de inmediato de allí, me fui directo a la oficina de su abogado Mike, le comenté lo sucedido.—Yo ignoraba para  esa época que Mike ya estaba enterado de antemano del plan de escape de Oscar-- . Se quedó pensando por varios segundos, apuntando con su dedo índice me miró y dijo:  ellos lo van a enfocar a usted. En ese momento no pude comprender lo que él decía,  menos aún si yo no tenía ningún nexo de droga con Oscar, con su gente o con cualquier otra persona. Más tarde comprendí lo que él quiso decir.
Continué mi vida normal con respecto al trabajo de pintura. En ese mismo lapso de tiempo fui a visitar a la cárcel del condado de Houston a Rafael, e incluso mi familia lo ayudaba para que  se comunicara por teléfono con su familia en Colombia,  se le ayudó a vender algunas cosas de su apartamento para que se solventara de dinero.
Rafael hizo un acuerdo con el gobierno; se declaró culpable porque le habían encontrado en su apartamento veinticinco cintas que supuestamente estaban impregnadas de cocaína y una cantidad de miles de dólares en efectivo. El acuerdo que hizo con el gobierno al declararse culpable fue por diez años en prisión.
Durante un mes preparé mi viaje para Colombia a llevar la mercancía que había comprado durante varios meses y venderla como lo había hecho en los viajes anteriores. En ese mismo período de tiempo fui entrenando y dando instrucciones a los otros subcontratistas de lo que deberían hacer mientras yo estuviera por quince días fuera del país.
Días después me encontraba sentado en la sala de espera del aeropuerto de Houston para abordar el avión,  vi pasar frente a mi uno de los agentes federales que habían estado un mes atrás en el apartamento de Oscar en el operativo, giró su cabeza hacia donde me encontraba sentado,  me miró por un instante, y siguió de largo por el  pasillo que conducía a la puerta de entrada del avión  perdiéndose en el. En ese momento recordé las palabras del abogado Mike cuando en su oficina dijo: “ellos lo van a enfocar a usted” y comprendí entonces en ese instante que estaba en puros.
Cuando llegué a la puerta del avión  estaba allí el agente federal junto con otros. Le entregué el pasa-bordo a la azafata, de inmediato éste se lo arrebató de las manos diciéndole: él no va a viajar.
Me condujeron a través de unos pasillos a una de las oficinas del aeropuerto. Allí estaba John Wooley esperándome junto con otros agentes federales. Estaba rojo de la ira. Y desafiante me preguntó dónde estaba Oscar. Al yo contestarle negativamente que no lo sabía; si él estaba en Méjico o Colombia, montó en cólera. No sé si por mi respuesta, o porque  quería dar rienda suelta a su ira por la frustración de sentirse impotente porque Oscar se le había escapado y no tener los medios para poder  agarrarlo. Le pregunté por qué me detenían, si un mes atrás no habían hecho cargos en mi contra, ahora sí, le recordé que Oscar incluso había firmado un documento exonerando al señor que iba a llevar a el aeropuerto y a mí. Su respuesta sin mayor explicación fue que yo era su cómplice.
En la ciudad de Houston el sistema federal no tenía centro de detención, entonces me entregaron en custodia a la policía del condado de esa ciudad. Estuve por tres días en un cuarto—o tanque—mientras me trasladaban a una de las celdas de algún piso del edificio. El centro de detención de la policía de Houston es un edificio de trece pisos con capacidad para albergar a seis mil detenidos, mantenían una población constante de siete mil quinientas  personas. El cuarto donde estuve provisionalmente, mantenía las veinticuatro horas del día entrando y saliendo gente; yo tenía  que permanecer acostado, encogido y de lado debajo de una de las bancas metálicas que estaban empotradas en las paredes, que rodeaban el pequeño cuarto. Cada cierto tiempo me volteaba para cambiar de posición. El alimento que daban todo el tiempo en cada comida era dos sándwiches; uno con una rebanada de jamón y queso, el otro de mermelada y mantequilla de maní, y un vaso con agua de anilina de sabor.
La a posición en que tenía que permanecer, me producía un fuerte dolor en los huesos a ambos lados de la cadera. Continuamente me tenía que cambiar de lado para descansar así un poco.
Después de dos o tres días me trasladaron de ese calabozo a uno de los pisos del edificio, estaba tan cansado que caí sobre una colchoneta quedando profundamente dormido.
En la sala que tenía más del ciento por ciento de superpoblación, me encontré varios colombianos e hispanos de otras nacionalidades, siendo los más numerosos los mejicanos.
El día anterior por uno de los canales de televisión habían mostrado en las noticias a Dagoberto,uno de los compañeros que estaban conmigo, y mostraron algunos de sus supuestos bienes incautados por la DEA, según ellos. El  estaba estupefacto al ver como mostraban un avión jet ejecutivo y una mansión en Miami de su propiedad. No podía definir si eso le causaba risa o estupor de lo que estaba viendo , ya que no tenía ni la menor idea de donde habían sacado esa información, pues nada de lo que mostraban eran bienes suyos , solo estaba inmiscuido según él en una conspiración por conectar a unas gentes para la posible venta de cocaína. Cuando los compañeros y él me contaron esa anécdota en esos momentos comencé a vislumbrar y a comprender el sistema norteamericano, de cómo usan todos los medios a su alcance posible para poder demostrarle al pueblo Estaudinense que si están haciendo algo al respecto contra el narcotráfico y justificando de alguna manera en que se están gastando sus impuestos
El salón estaba compuesto por once camarotes para veintidós personas, la población que había allí era de cuarenta y cinco personas; el restante, o sea la superpoblación de veintitrés, teníamos que acomodarnos en el suelo y debajo de los camarotes.
Al lado del cuarto del dormitorio había otro pequeño donde estaban dos televisores, tres mesas redondas en cemento forradas con láminas de acero con sus respectivas bancas también en cemento y acero, empotradas al piso. Sanitarios en acero inoxidable, las duchas se encontraban a un lado. Dentro del salón habían mejicanos, méjico-americanos (chicanos ), ciudadanos norteamericanos,  negros, y unos pocos colombianos.
El escándalo era insoportable, el ruido que hacían porque todos hablaban en voz alta, junto con el alto volumen que producían los televisores, además del golpeteo que hacían los jugadores de dominó con sus fichas casi las veinticuatro horas  del día. Se sumaban las continuas peleas que se formaban entre los mismos negros; mejicanos y negros por querer imponer cada grupo sus programas favoritos de televisión, a parte de las peleas personales  que se formaban entre los detenidos.
A las diez de la noche se  apagaban los televisores  y las luces, algunos Internos continuaban jugando dominó hasta altas horas de la noche, el golpeteo que hacían con las fichas y sus acaloradas discusiones que se derivaban del juego, más que todo causado por los negros, se hacía más insoportable estar allí.
El desayuno lo subían a las celdas en bandejas a las cuatro de la mañana todos los días. Nadie podía volver a dormir. Encendían de nuevo los televisores y comenzaban a alistarse desde  esas horas los que iban  para las Cortes ese día. Los sacaban a las cinco de la mañana a otro salón (tanque) en el primer piso del edificio hasta que fuera la hora de recogerlos para llevarlos a las cortes.
Esto era lo que podríamos llamar una parte de tortura sicológica. Se sumaban  además todos los problemas que le habían quedado a mi esposa  con dos hijos todavía muy jóvenes, y sin poder sostenerse económicamente con algún trabajo.

                                                           CAPITULO III
John Wooley llegó golpeando la puerta del apartamento de mi esposa, con una orden judicial, y en términos  amenazadores, para que lo dejara pasar y realizar una requisa en busca de supuesta droga o dinero, y completar así la payasada de la operación. Amedrantó a mi esposa diciéndole que era mejor  que guardara para sus gastos el dinero que le iba a pagar al abogado, porque a mi nadie podía sacarme de la cárcel y menos con los 30 años que me darían de condena
 A muchas personas, como familiares y amigos les hicieron seguimientos—según ellos—para comprobar si alguien  estaba involucrado en drogas. Ellos sabían muy bien que era inútil,  sólo conseguirían aumentar más los altos costos de los gastos al Estado, engordando más la burocracia. 
Como no tenía dinero para pagar un abogado particular, el gobierno me asignó uno de oficio. El abogado era una mujer; me asistió un par de veces representándome en la Corte mientras formalmente me hacían los cargos.
Unos días más tarde de nuevo me volvieron a sacar a la sala de visitas de la prisión; y cual no fue mi sorpresa al ver a Mike Degurents el abogado de Oscar. Me preguntó que había pasado. Le conté que me habían imputado todos los cargos de Oscar a mí. Se quedó callado unos segundos y me dijo: recuerdas que cuando tú fuiste a mi oficina a decirme que Oscar se había desaparecido, yo te respondí que los federales te iban a enfocar. En ese momento no le entendí lo que él me quería decir;  pero de inmediato comprendí que ellos harían cualquier cosa para involucrar al que fuera  y de alguna manera de mostrarle algo al gobierno, que sí eran competentes y encubrir un poco el error que habían cometido por haber dejado escapar a Oscar. Continuó diciéndome que la esposa de Oscar lo había llamado a su oficina desde Colombia, diciéndole que no era justo lo que me estaban haciendo, y menos porque yo nunca  había estado involucrado en esos negocios de su esposo, para que él me representara, que ellos pagarían el valor de sus honorarios . 
Después de que el magistrado George Kelt— conspirador encubridor-- leyera de nuevo los cargos, Mike hizo subir al estrado al jefe de la operación John Wooley. Le preguntó porqué me había detenido en el aeropuerto. El de inmediato le respondió que yo me iba a escapar para Colombia. Mike le refutó diciéndole: Sabá el señor Hurtado que había una orden de arresto en su contra?Se quedó callado, no supo que  responder. Si el  señor Hurtado se hubiera enterado de esa orden de arresto posiblemente se habría escapado y no habría salido por el aeropuerto. Además tengo entendido que ustedes le seguían sus movimientos, le tenían que tener intervenido su teléfono y sabían que iba a viajar a Colombia, porque ese viaje lo tenía planeado desde hace muchos meses, para llevar mercancías a vender, como una ayuda  económica más para sus ingresos. Se quedaba callado todo el tiempo,  sin saber que responder. Mike continuó Inquiriédole: Si él no tenía idea alguna de esa orden de arresto, entonces porqué se iba querer  escapar como usted dice? Si la vez que detuvieron a Oscar, él mismo lo excluyó de toda participación porque no trabajaba con él en el negocio de droga, sino como su empleado en la empresa de pintura, he incluso le firmó a Ud., un affidavit, excluyéndolo de todas esas actividades?  Le siguió preguntando: el señor Hurtado en la mercancía que llevaba le encontraron  ustedes dinero producto de la droga? No, respondió de nuevo lacónicamente. Llevaba droga para Colombia? No, antes traen de allá para acá, le replicó John. Entonces no veo la relación de su supuesta huida.
John continuaba sentado en el estrado callado, sin poder refutar absolutamente nada.  Mike continuó diciéndole: es cierto que Usted, el juez y el fiscal por medio de una fianza sacaron a Oscar de la cárcel para que trabajara para ustedes como informante miembro de la Dea, y   que les entregara personas que estaban en el negocio de la droga pudiendo así de esa manera evitar estar en prisión. Lo más grave fue que le ofrecieron el diez por ciento del dinero que él ayudara a incautar. Ahora usted quiere inculpar al señor Hurtado y que pague él por sus errores?.
El magistrado que escuchaba atentamente el interrogatorio al agente federal, se asustó –lo vi en la expresión de su rostro--;de inmediato levantó su martillo de madera –símbolo de la justicia --,y dejándolo caer con fuerza sobre su escritorio, e intimidando al abogado para que se moderara en sus acusaciones le dijo: “  ¿No sabe usted señor Degurents que con sus declaraciones está comprometiendo gravemente al gobierno de los Estados Unidos?. Mike ante esa inesperada actitud del juez y algo sorprendido bajó el tono de voz. El magistrado dio así por terminada la sesión ese día. Se continuaron los alegatos en la corte. En las visitas que me hacía el abogado en la cárcel me reclamaba y también a mi familia que Oscar o su esposa no habían comenzado siquiera a abonarle o cancelarle los honorarios de los cuales ellos lo habían contratado para que atendiera mi defensa –de los cuales me imagino que deberían ser muy altos por ser un abogado de mucho prestigio--. Entre mi familia y algunas personas amigas pudieron reunirle unos catorce mil dólares—sino es mas--.Seguramente le pareció muy poco dinero por mi defensa. Un día se apareció a la prisión con otro abogado llamado Wendell Odom, me lo presentó como mi nuevo defensor; que él era un gran abogado con gran  experiencia ya que había sido fiscal por varios años. Que él no podía seguir representándome, porque no le era permitido por la ley, y de seguir haciéndolo lo meterían a la cárcel porque era un delito defender a dos personas en el mismo caso. Después comprendí que como no le dimos una cantidad grande de dinero de la que él estaba acostumbrado a cobrar por sus honorarios, no le interesaba mi caso. Fácil fue entender después con el tiempo cuando ya tenía mi mente más despejada pensar de  que si sabía que no podía defenderme porque era un delito contra la ley, entonces porqué desde un principio tomó mi caso?.
Del dinero que mi familia le entregó a Mike, sólo cinco mil dólares le dio al abogado Wendell Odom.
El dinero que le dio fue tan relativamente poco para un abogado defensor en un caso federal que parecía casi como un insulto, y más que de ese dinero tenía que pagar los costos de un intérprete y el tiempo que tenía que dedicarle a mi caso no compensaba con el dinero entregado por Mike.
Mi amiga mejicana Lidia, le pidió a Mike que por favor me ayudara. Ella se identificó ante él como miembro de la fraternidad Masónica de Méjico. El también como miembro masón le preguntó que si yo lo era, entonces, todo podía ser diferente. Ella no podía mentirle porque él personalmente al preguntarme lo comprobaría, le dijo que no. Su actitud cambió con esa respuesta. Quedándose callado no hizo mas comentarios al respecto.
Wendell vivía muy sorprendido, sin poder entender el comportamiento  tan agresivo del Fiscal y de los federales en mi contra. Siempre decía, que no querían ceder ni en una mínima parte, si muy bien sabían que mi caso era tan simple. Que lamentaba mucho porque cada vez que me visitaba nunca era  portador ni siquiera de alguna pequeña buena noticia.
El estado anímico causado por la tensión nerviosa de estar en esa clase de prisión con toda esa cantidad de gente, y con todos sus conflictos, mas la preocupación por la precaria situación que estaba pasando mi esposa y mis hijos, e impotente sin poder hacer algo por ellos inconscientemente fueron minando mi estado de salud .
                                                                CAPITULO IV

El día veintiocho del mes de agosto a las seis de la tarde  había terminado de hablar por teléfono con mi esposa, como era mi hábito de todos los días, colgué el teléfono y tomé una ducha.
Después de terminar mi baño, entablé conversación con un muchacho chicano (Méjico-americano), me comentaba que el cambio de alimentación  cambiaba el metabolismo y las excreciones del estómago eran diferentes, como de color verde. Le comenté que mis excreciones en los dos últimos días  eran de color oscuro  líquidas como el color de la coca-cola.  Al poco rato me fui para mi cuarto y me recosté a leer. Sentí deseos de ir al baño, pero no solté el sanitario. Busqué al chicano y le pedí el favor de que se asomara a la taza del sanitario para que comparara  con las deposiciones de las que estábamos hablando minutos antes para ver si coincidían, pues yo tenía duda porque notaba que no eran iguales. Cuando encendí el interruptor de la luz y se iluminó la celda, el muchacho se asomó a la taza y miró atentamente el contenido. Me miró fijamente y preguntó: cuánto tiempo hacía que  estaba haciendo del cuerpo de ese color. Le respondí que desde la noche anterior. La sorpresa e inquietud se le reflejó en su cara. Me dijo rotundamente:  “ ¡ Hey ¡, colombiano”, eso no es del cambio de dieta. Tú debes tener alguna cosa muy grave, es mejor que vayas de inmediato a la enfermería. Le repliqué que yo estaba bien, que si sentía algo iría a la mañana siguiente.
El muchacho sabía instintivamente que algo muy grave me estaba sucediendo. Salió de mi celda y sin que me diera cuenta llamó al guarda de seguridad  le comentó lo que yoel había visto.
A los pocos minutos de ese incidente, me paré en el marco de la puerta de mi celda. En ese momento sentí un leve mareo; pensé que me había dejado sugestionar del muchacho. Minutos más tarde se acercó el guarda de seguridad a la reja del cuarto donde están todas las celdas preguntando por la persona que iba para la enfermería.
El chicano se  acercó y me dijo que le había informado al guarda de que algo muy delicado me estaba pasando y que debería ir donde el médico para que me revisara. Le pedí el favor de recoger mis pertenencias, eran más que todo mis libros  y los guardara hasta mi regreso.
El guarda abrió la reja de seguridad y salimos caminando por los pasillos del piso diez que era en el cual estaba recluido. A medida que íbamos caminando me sentía más mareado e iba mermando el paso hacia el ascensor. Notaba que los guardas que estaban por los pasillos me miraban un poco extraño. Cuando llegamos a la puerta del ascensor me flaquearon las fuerzas y tuve que sentarme al lado de la puerta de este, a esperar a que llegase. Cuando el ascensor  llegó tuve que entrar  arrastrándome, porque en ese momento  no pude pararme. Ese pequeño descanso que tuve mientras bajaba del piso diez al segundo piso donde se encontraba la enfermería me dieron fuerzas para llegar caminando hasta la puerta de entrada del cuarto de urgencias donde se encontraba el médico. Me paré recostado sobre la pared que da al marco de la puerta de entrada  de la enfermería. Esperé interminables minutos para que me hicieran pasar donde el médico. No resistí y caí sentado. Se me vino el vómito esparciéndose sobre la entrada del consultorio. El médico salió casi corriendo para ver lo que pasaba. Me miró inquisitivamente, luego miró lo que yo había arrojado y exclamó: “esto es vómito café”. Le dijo a uno de los internos que ayudaba en el aseo y mantenimiento de los pasillos que trajera algo para recoger lo que yo había arrojado y que me proporcionara otro uniforme limpio. El médico sin hacer ningún comentario se entró a toda prisa a su consultorio.
Un par de minutos después llegó el aseador con una sábana tirándola sobre el vómito  me dijo que lo recogiera. Yo intenté moverme para hacerlo, pero no me obedecieron mis brazos, ni mi cuerpo. En ese instante me di cuenta del el estado de gravedad en que me encontraba.
El aseador viendo lo imposibilitado que yo estaba en  ese momento tuvo él que recogerlo.
Al frente del consultorio había un cuarto de espera (tanque) donde estaban varios pacientes  que necesitaban atención médica. El aseador  dijo que me estuviera en el tanque hasta que el médico me hiciera pasar. Me senté en la taza del sanitario y vacié ese líquido negruzco por última vez.
Después de lavarme la cara en el lavamanos y de cambiarme el uniforme me hicieron pasar a la enfermería.
Cuando crucé la puerta, la primera escena que vi, fue al médico al lado de una camilla,  a tres o cuatro paramédicos que sostenían en sus manos máscara de oxígeno, agujas y bolsas con suero, varios policías estaban allí presentes, Me ordenó el médico que me acostara en la camilla, porque  tenían que llevarme a un hospital, porque  estaba muy grave. “Yo no lo puedo atender en este sitio  y no quiero estar en problemas si usted se muere aquí”.
Me colocaron suero, oxígeno, otras medicinas. Me sacaron en camilla a una ambulancia hacia un hospital, custodiada por siete carros radio-patrullas de la policía.
Al llegar a la sala de urgencias del Hospital Ben Tau, me estaban esperando cinco médicos. Me colocaron suero con medicina en ambos brazos; sonda a la vejiga, al corazón y al estómago para que drenara la sangre descompuesta. Después de que me tomaran una endoscopia, el resultado del diagnóstico fue: dos úlceras al estómago, una úlcera en el área pre-pilórica, la otra en el área bulbar, gastritis, y anemia aguda. Durante tres días me dieron medicinas. No me dejaron hacer llamadas a mi familia, ni menos permitieron visitas, no pudiendo enterarse ellos de lo que estaba pasando.
A las siete de la mañana del cuarto día entró el médico Iraní  D. Kyriazis y  dijo: “vamos a hablar de su cirugía”. Yo le miré algo confundido,  le pregunté de qué cirugía me estaba hablando. El comenzó a explicarme que con medicina me habían controlado una úlcera, pero que había una en el estómago que por la posición en que se encontraba no le alcanzaba a llegar muy bien la medicina, que todavía sangraba un poco, que por tal motivo debería hacerme una cirugía. Le dije que yo me tomaría la medicina como él lo ordenara. Dijo que él sabía que yo lo haría, pero muy persuasivamente  dijo que él no se responsabilizaba si me llevaran de nuevo  en estado de  gravedad, que en las circunstancias en que yo estaba no debía oponerme;  mi decisión tenía que dársela cuando el regresara de nuevo a las doce del medio día.  Era una manera de temor que me infundía para que lo hiciera bajo la presión de que yo no tenía otro recurso por la situación en que me encontraba. Después  con el tiempo comprendí cual era el negocio de ellos y los hospitales, ya que los honorarios que le cobran al sistema federal son muy altos. Si en ese tiempo no hubiese estado mentalmente tan confundido, no habría permitido que me hubieran hecho una cirugía; el abogado también sufría de úlcera, la mantenía controlada con medicina, y no había necesitado de una operación, y menos  que mi úlcera sangraba ya muy poco, la hubieran podido controlar fácilmente con un adecuado tratamiento.
Como lo había prometido el médico regresó a medio día. Confundido  sin saber qué hacer, porque los federales nopermitieron que  llamara a mi familia o pedir una segunda opinión médica tuve que firmar la autorización para la cirugía.
Salido del quirófano con un pié menos de largo mi intestino y destirpado un pedazo de  estómago me colocaron en un cuarto para seis personas. Pasada la anestesia regresó el médico a visitarme. Me informó de lo que me había hecho en la cirugía. De inmediato le reclamé el porqué me había extraído el pedazo de intestino si ya la úlcera estaba controlada. Respondió simplemente que para que algún día no volviera a molestarme.
E l roce de la sonda que drenaba mi estómago me producía un dolor insoportable en mi garganta cada vez que yo intentaba tragar saliva, para colmo de males, me aplicaban un calmante para el dolor;  no sabía si era más doloroso el mal (la sonda) o el remedio. Cuando me inyectaban el calmante, tan fuerte era su efecto que me despertaban las pesadillas; el dolor de cabeza que me producía era insoportable, tan grande el  desespero que parecía que se me iba a estallar. Le suplicaba a los enfermeros que no me inyectaran el calmante, que  prefería aguantar el dolor que me producía la sonda y la herida a tener que soportar los efectos de la medicina. Replicaban que no podían hacerlo porque era orden del médico. De repeso las escenas deprimentes que tenía que soportar con las personas compañeras de cuarto. Al frente de mi cama colocaron a un negro alto corpulento que le habían pegado varios tiros en el cuerpo, todavía estaba bajo de los efectos de los alucinógenos que había ingerido. Forcejeaba con los enfermeros , se quitaba las sondas que tenía en los brazos y la mascarilla de oxígeno. Estaba acostado, daba unos saltos  con cama y todo y la azotaba contra el piso. Se calmaba un poco  cuando ellos estaban allí; cuando seiban se iban, volvía a comenzar la escena. Llegaban corriendo los enfermeros de nuevo a forcejear con él. Por último optaron por amarrarlo a la cama. Como se veía impotente gritaba y resoplaba como un toro enfurecido. Al lado de este y cama de por medio había un hombre texano que le habían amputado un brazo desde el hombro, se quejaba continuamente, tener que ver y oír a los otros compañeros de cuarto con sus enfermedades y dolores. En medio de ese espectáculo de ver salir y entrar gente del cuarto en el que estaba, tuve que soportar  todo  resignadamente en silencio.
Los guardas que me custodiaban eran policías del condado de la ciudad de Conroe. Normalmente no enviaban al mismo policía todos los días, pero algunos los asignaban a repetir el turno  cada dos o tres días.
Un día asignaron a un policía para custodiarme en el turno de la noche. Este salió en la mañana normalmente para su casa a descansar. Me sorprendí al verlo de nuevo en el turno de la noche. Por ley tienen que dejar esposado al tubo de la baranda de la cama al prisionero mientras los policías salen por veinte o treinta minutos  a tomar  su cena. Así lo hizo el guarda y antes de salir  corrió la cortina que separa mi cama de la de los demás. Me quedé dormido, no sé por cuánto tiempo. Cuando desperté todavía  la muñeca de mi mano  derecha estaba esposada a la baranda de la cama, justo el lado donde queda el timbre para llamar a la estación de enfermería. Como mi cuerpo  estaba lleno de sondas y  sueros colocados en mis brazos  no tenía  manera de moverme. Comenzó  de nuevo el dolor intenso en mi cuerpo,  estuve por largo tiempo en espera que el guarda regresara  y liberara mi mano para  así poder tocar el timbre para que de la enfermería me asistieran. Como veía que el policía  tardaba mucho en regresar, ya desesperado por el dolor  comencé a gritar en voz alta para que me pudieran oír  desde la estación de enfermería  Al  instante sentí  que algo  se movía con brusquedad detrás de la cortina. Me asusté un poco, en ese momento se corrió la cortina  apareciendo el guarda algo sorprendido por los gritos. Como me había quedado dormido, no me enteré en qué momento había regresado de tomar su cena. Corrió la cortina al rededor de mi cama para que no me diera cuenta que había acomodado dos sillas detrás de ésta recostándose a dormir, y dejándome esposado a la baranda.   Supe después que cuando el guarda  había salido de turno esa mañana, se suponía que debería irse para su casa a dormir. Pues no lo hizo, y se fue a una reunión que tenía en casa de su hermana. El nunca se imaginó que lo enviarían de nuevo esa noche para que me cuidara.
Mi familia al saber  de ese incidente ocurrido, por medio del abogado le pusieron la queja al juez. Este prometió que iba a investigar esa conducta del policía para imponerle una sanción. (Todavía estoy esperando el resultado de esa investigación).
Unos días después llegó el médico para hacerme el  chequeo de rutina, me comunicó que ya tenía que darme de alta. Le pedí  el favor de que no lo hiciera todavía porque me sentía muy mal y no era  capaz de estar con toda  la populación (población) de la prisión. Solo conseguí que me dejara un día más.

                                                          CAPITULO  V
Cuando me trasladaron de nuevo a la cárcel de Houston, llegué allí a la sala- hospital de la prisión. Esta sala la manejaba un médico y unas cuantas enfermeras. Después de la operación me comenzó un daño de estómago que muchas veces era diarrea y  el resto del tiempo mis deposiciones eran flojas. —Me duró esta molestia alrededor de catorce años--.

A las cuatro semanas el médico me dijo que no podía tenerme por más tiempo en la sala del hospital, porque había otros pacientes que estaban en espera de una cama para  tratamiento. Le supliqué que no me enviara todavía a una celda porque me sentía muy débil y mas por mi continua diarrea, que él sabía muy bien lo terrible que era estar en esos cuartos con la populación y todo el espectáculo que tendría que soportar día y noche. El vio el estado tan lamentable en que me encontraba pero no podía hacer nada más por mí, e incluso dijo que, me había tenido una semana más de lo permitido, que si algo grave me sucedía o empeoraba llamara al guarda, para que me sacaran a urgencias.
Me subieron a un salón del piso diez con la respectiva  superpoblación  de Internos.
Tan grave era el estado de salud en que me encontraba, que los compañeros mejicanos y los demás hispanos se ofrecían para afeitarme. Todos los internos incluyendo los norteamericanos me veían de continuo y por largos ratos sentado en la taza del sanitario, los oía comentar y maldecir al sistema por el trato tan inhumano en que me tenían.
Un par de días después de confinarme a una celda para que sobreviviera como pudiera, me llevaron a consulta donde la dietista de la prisión. Me examinó y tomo mi peso; estaba en setenta kilos de los noventa y cinco que pesaba cuando entré a la prisión. Le pedí a la doctora encarecidamente que me ordenara el sustacaf, que es un suplemento alimenticio líquido muy completo en proteínas, vitaminas y minerales como complemento para mis comidas, yaque por ser vegetariano y por el estado de debilidad en que me encontraba, era indispensable para mi recuperación. Ella rotundamente dijo que no podía, porque el presupuesto de la institución era muy reducido, uno de los factores era por la superpoblación, y únicamente  se lo podía recetar a unos pocos internos por lo costoso y sólo  se lo podía dar a los que   ella consideraraque estuvieran muy delicados de salud. Dijo que cuando me sintiera  mal avisara a los guardas para que me bajaran a la enfermería; que me volvería a ver en dos semanas y no antes porque tenía  turnos pendientes con muchos internos.
Al cabo de una semana, antes de lo acordado, fui llevado de nuevo donde la dietista. Me pareció algo extraño, primero porque la cita que anotó en el libro era para quince días después; y segundo porque la cantidad de gente que tenía en lista para atender era demasiada. Tomó el folder de mi record médico, comenzó a mirarlo,  dijo que me subiera a la báscula para tomar mi peso. Miró  el número de libras que marcaba la aguja de la balanza, confrontó con lo anotado en la hoja de la vez anterior. La observé como cambiaba la expresión de su cara entre sorprendida y preocupada. Me hizo bajar y subir de nuevo a la báscula, como tratando de corroborar de lo que veía. Por dos veces seguidas me hizo hacer lo mismo. Cuando hubo comprobado que la pesa no estaba funcionando mal, la noté algo intranquila, rápidamente me hizo pasar a su pequeña oficina donde tenía su escritorio. Le pregunté qué era lo que estaba pasando, porqué me había hecho subir a la báscula varias veces. Dijo que inicialmente pensó que la báscula estaba dañada, pero no era así. Dijo que en el transcurso de esa semana yo había bajado de peso ocho libras; que no era normal, peligroso por mi delicado estado de salud. Estaba muy azarada y dijo que iba a firmar la orden para que de inmediato se me comenzara a suministrar el sustacaf, además dos sándwiches extras en cada comida; uno de pan integral con mantequilla y queso, otro de mantequilla de maní y mermelada con doble ración de queso, mas una porción de frutas extra;  eso era lo único que ella podía hacer  por mí.
 Comencé a tomar el sustacaf, pero como era tan dulce, me irritaba el estómago, más diarrea me producía, entonces tenía que regalárselo casi todo a un  anciano negro  que estaba muy enfermo.
Las salidas al hospital  donde me habían hecho la cirugía a los chequeos médicos eran otra odisea, y especie de tortura. Me sacaban a las cuatro de la mañana y me conducían a un “tanque” hasta que fueran las siete u ocho de la mañana después del desayuno, mientras llegaba la hora en que me recogían para llevarme  al hospital. Atado como siempre con cadenas de pies y manos, apenas podía dar pasos cortos al caminar, así la distancia de la caminada por los corredores del hospital que eran pasillos muy largos acompañado por dos guardas uno a cada lado, me parecían interminables, el hospital era muy grande, y para peor de los males los consultorios quedaban al otro extremo de la entrada principal. Cuando me traían de regreso a mi celda llegaba totalmente agotado por el esfuerzo que había hecho; por la falta de apetito y el poco alimento que podía ingerir, pues algunos de ellos no los resistía mi estómago por el estado tan sensible en que había quedado después de la cirugía, solo un par de días después volvía a recuperar algo de mis fuerzas.
Mi  familia le había comentado al abogado que la continua presión que el gobierno me hacía, y los problemas familiares, yo comía muy poco, eso habían sido las causas que precipitaron el desenlace grave para mi salud. El muy tranquilamente les había contestado que nadie era culpable de que yo no comiera; que allí en la cárcel me daban alimentos. Si él vivía afuera aunque con sus preocupaciones tenía una úlcera desde hacía algún tiempo, entonces cómo debería estar mi estado de ánimo en las circunstancias tan adversas en que me encontraba?.
Un día fui llevado a la sala de visitas de la prisión. Allí estaba un agente del FBI. Se me presentó como el agente Mike, estaba acompañado de una mujer “chicana” que era su intérprete. Se me hizo extraño, no podía comprender qué relación podría tener  yo con el FBI. Noté de inmediato que me miraba como impactado. Dijo que me había visto en los juicios de la corte varias veces y que en este momento le había sido difícil reconocerme; que sentía mucho por el estado de salud en que encontraba. Le pregunté que yo qué tenía que ver con el FBI., me respondió que, cuando una persona se escapaba, ellos entraban en parte a hacerse cargo del caso. Abrió una carpeta, comenzó a mostrarme varias fotos de hombres y otra de una mujer, preguntó si yo los conocía o si alguna vez los había llegado a ver. Le respondí francamente que nunca los había visto y menos que relación podrían tener  con Oscar. Dijo que por formalidad lo preguntaba, porque sabía por experiencia que las personas que no estaban involucradas en el narcotráfico entre menos supiesen de estas actividades era mejor por seguridad para los que sí lo estaban. Continuó diciendo: su record de los trabajos y todas sus actividades en los Estados Unidos han sido muy bien investigadas hasta el momento actual, y son correctas. Dijo que si algunas veces me había utilizado Oscar en la entrega de algún dinero a la agencia de giros podría haber sido como un favor especial, en calidad de que yo era empleado de confianza de su empresa. Además le dije que muchas veces había ido a llevar los teléfonos celulares a esa agencia para que los arreglaran porque continuamente se estaban dañando pues allí mismo era el sitio donde los había comprado y le daban el servicio de mantenimiento. Continuó diciendo que una de las funciones de él era hacer “el trabajo sucio” que es el de seguir y detener a las personas; que mi participación había sido muy mínima, pero que no podía hacer nada porque Oscar se había escapado. (Lo mismo que me habían mandado a decir con el abogado el fiscal y los agentes federales--en otras palabras, pague por él)
Mike me miró fijamente, y recostándose sobre el espaldar de su silla dijo: Cuando lo vi a usted  por primera vez en la corte, era usted una persona fornida  (noventa y cinco kilos) ahora en el estado que usted se encuentra está irreconocible (sesenta y cinco kilos) y no creo que salga vivo de aquí para comparecer ante la corte. Como he podido investigar su vida aquí en los Estados  por lo que le está pasando  y lo injusto de lo que le están haciendo, de alguna manera voy a ayudarle introduciendo ante el juez una moción de reducción de sentencia.                                                                                                                                                
La traductora se acercó (sin que se diera cuenta Mike de lo que ella me decía en español) y dijo: con éste señor llevo trabajando siete años y durante este período de tiempo le puedo asegurar a usted señor Hurtado que cuando él le pide algo aun juez, éste sabe que lo que le está pidiendo es algo muy justo, nunca le han llegado a negar nada. Tenga por seguro que él lo hará. Dudé de lo que ella me decía en ese momento porque en esa situación se aprende a no confiar en nadie que represente a la justicia norteamericana, al enterarnos de la gran cantidad de casos de personas que han sufrido engaños, mentiras,  coacciones,  falsas promesas e infinidad de conspiraciones en  manos de los representantes del  Estado. Tiempo después me enteré por medio del abogado que el agente Mike sí había cumplido su palabra introduciendo la moción de reducción de sentencia, creo que era la K-33.Todavía debe estar preguntándose Mike el porqué le fue denegada su petición. Si él hubiese tenido acceso a todos los documentos anteriores respecto a mi caso, de inmediato habría comprendido que era imposible ayudarme para que me rebajaran sentencia, mucho menos que me dieran una probatoria o la libertad. Escondieron muy bien el arreglo que habían hecho con Oscar para que no se fuera a mencionar en las audiencias.
El abogado Wendell siempre decía que no podía comprender el porqué estaban ensañados conmigo los federales, el fiscal y no querían ceder absolutamente en nada, si mi caso era tan simple.
Yo estaba cansado de esa situación por tanta presión; un día en que Wendell fue a visitarme le dije que yo creía que el arreglo hecho por Oscar con los federales había sido la causa de su escape,  que viera si había alguna manera de usar eso a mi favor. Dijo que no entendía de qué arreglo yo le estaba hablando. Entonces le relaté todo lo que yo sabía del pacto hasta ese momento. A medida que le iba contando abría más los ojos por lo sorprendente de la información; dijo que él ignoraba  esa parte y no tenía la menor idea de que eso existiera. El desconocía hasta ese momento el fondo de la verdad de todo lo sucedido. Le insistí que hiciéramos algo al respecto. Muy perturbado dijo: No, no,  señor Hurtado; ni mencionar eso en la Corte;  “esa es un arma de doble filo” y es muy peligrosa.—después comprendí que él como ex-fiscal que había sido, sabía lo grave que era  ese delito cometido por ellos, no iba a permitir que yo fuera en contra de sus colegas y amigos-- . En ese momento Wendell  pudo entender el porqué del  ensañamiento de los federales contra mí.
El fiscal y los federales propusieron que me sometiera al detector de mentiras. Lo acepté de inmediato porque sabía que con esa prueba iba a salir libre de culpa de cualquier participación de narcotráfico. Me llevaron a una oficina el día de las supuestas pruebas con el detector; iba acompañado del abogado, allí estaba el fiscal, pero no vimos aparatos de ninguna clase. Este le dijo a Wendell que no iban a hacerme ninguna prueba porque habían determinado que los resultados de un detector de mentiras no eran muy confiables. Seguramente se habían dado cuenta a tiempo que con las declaraciones de Oscar a mi favor, lo investigado de mi comportamiento en ese país perderían el caso porque no me encontrarían involucrado en drogas.
Desesperados porque no tenían pruebas sólidas en mi contra, necesitaban justificar ante el gobierno el error cometido, e involucrar al que fuera a cualquier costo, y sólo tenían a una persona detenida que era a Rafael en un caso tan delicado y comprometedor.
Wendell se enteró, y me hizo saber que a Rafael le habían propuesto que si declaraba en mi contra le rebajarían tres años de los diez de prisión que había acordado cuando admitió su culpabilidad. Era su palabra contra la mía; ante la ley su palabra es la que tiene valor. Tenía hasta ese momento Rafael tres años menos de condena –y dos años menos que más adelante le rebajarían-- a pesar que le habían encontrado en su poder pruebas de veinticinco kilos de cocaína y varios miles de dólares producto de esa actividad.
El fiscal Bert Isaacs por medio del abogado me mandó a proponer que si me declaraba culpable me daban una sentencia de cinco años en prisión. Que mi caso era muy simple pero no podían hacer nada por mí, porque Oscar se les había escapado. (Sencillamente pague por él)
Wendell me dijo que si me iba a juicio no tenía la opción de que me absolviera un gran jurado porque a Rafael lo iban  hacer  declarar en mi contra y no teníamos la manera de enterarnos del arreglo que lo habían obligado a hacer para que dijera lo que ellos querían. Así están las cosas en Norteamérica.
El buen record de trabajo, el buen comportamiento durante todos los años que hasta en ese momento tenía, las recomendaciones de muchas personas norteamericanas , amigos hispanos, grupos religiosos y familiares ya no tienen mucho valor dentro de los nuevos parámetros que conforman la nueva ley. Las personas que conforman el gran jurado solo están supeditadas  a decir si el individuo es o no culpable aunque el noventa y nueve por ciento de su vida y actividades sean intachables. Con el nuevo sistema de represión judicial es tal el poder de los fiscales que manejan propiamente y sin escrúpulos la justicia en los Estados Unidos, usando a veces cualquier método sin importar cual sea, para mejorar  su record y escalar posiciones ya sea dentro del gobierno o después como profesionales. Con los nuevo gidelines ………..-los jueces tienen que regirse por ellos, sin poder tener opinión o apreciación personal , no pueden decidir bajo su propio criterio.
El abogado me comentó que varias veces se había encontrado con el juez en las Cortes, y  siempre le preguntaba por mi estado de salud, cosa que no es común según Wendell  que un juez se preocupe por un Interno. En una ocación le dijo que debido a la nueva reforma judicial no podía hacer nada por mí. El juez le dijo  que yo tenía la oportunidad de escoger los cinco años de prisión que me ofrecía la fiscalía. Nunca he podido saber si el juez Kenneth Hoyt en el momento de darme la sentencia, estaba enterado del acuerdo de Oscar con el gobierno. Si así hubiere sido, entonces él hizo lo de Pilatos, se lavó las manos condenándome para proteger a sus amigos.
Wendell   dijo me tomara mi tiempo y pensara muy bien si tomaba los cinco años de prisión  o si me iba a juicio con la seguridad de perder el caso por el atenuante del testigo en mi contra  y que serían por lo menos doce años en prisión.
Les comenté a mis compañeros de celda lo que había dicho el abogado, quería escuchar sus opiniones, pues tenían más tiempo peleando sus casos y por consiguiente más experiencia. Casi al unísono todos dijeron que por  ninguna circunstancia fuera a cometer el error de someterme a un juicio porque con el sistema judicial imperante me despedazarían y menos con el testigo que ellos tenían para que declarara en mi contra, que hasta ahora nadie le había ganado un pleito al gobierno y menos que pagaran indemnizaciones a nadie, porque a ti el que te condena es un gran jurado y no el estado. Si en ambos casos apelas y ganas, no tienes derecho a reparación económica, ya por haberte declarado culpable o por haber sido condenado por  el Gran Jurado.
Las personas que conforman el gran jurado ignoran lo que está pasando con las nuevas reformas  de represión que le hicieron a la ley; ellos son condicionados, manipulados, inducidos o como se le quiera llamar a través de los fiscales a decir únicamente si la persona es culpable o inocente, no importa que estén a favor del acusado teniendo en  cuenta como base sus buenos antecedentes o porque su falta sea mínima, y que con una sentencia probatoria sería suficiente. Nada de esto tiene valor, por consiguiente están con las manos atadas y amordazadas  como los jueces por así decirlo de alguna manera. En el transcurso de mi condena me enteré que varios jueces federales al no soportar el daño tan grave que las reformas al sistema judicial le estaban causando a la nación y no poder hacer nada al respecto, moralmente no resistieron y renunciaron a sus cargos. Es tan delicada esta  situación, a tal extremo, al abolir la ley de oportunidad para los primeros ofensores, que es algo arraigado en la idiosincrasia del pueblo norteamericano, con probatorias o pequeñas condenas según el caso, están llevando a que colapse su misma sociedad.
Por esos días estaba en auge el sr., Bill Clinton, en su primera campaña a la presidencia de los Estados Unidos junto con su esposa Hillary, para captar más votos prometieron a la asociación de familias de los presos que volverían a establecer la ley para los primeros ofensores. –Todavía se está esperando que se cumpla esta promesa—
Comencé a vislumbrar la verdadera realidad de la democracia de esa nación que nada tiene de diferencia en sus procederes a muchos países del mundo
Sin ninguna otra opción y con el consejo dado a tiempo por mis compañeros, tuve que aceptar en silencio los cinco años de prisión que me ofrecía la fiscalía y una supuesta colaboración con el gobierno, colaboración que sabían muy bien que no poseía porque Oscar de antemano les había dicho que yo no sabía nada de sus actividades, y Mike de FBI, también lo había investigado.

                                                              CAPITULO  VI
Era Embajador de Colombia en uno de los países asiáticos mi amigo Carlos L, al enterarse  de mi mal estado de salud y del mal trato por el que yo estaba pasando, entonces se puso en contacto con el cónsul de Colombia en Houston para que fuera a visitarme y se enterara de la real situación en que me encontraba.
Por el día miércoles el Cónsul hizo una llamada a la dirección de la prisión solicitando una cita para el día siguiente y mirar cuál era mi estado de salud. Muy temprano en la mañana de ese día jueves me sacaron de la cárcel con destino a la penitenciaría federal de Texarkana, no habiendo terminado todavía mi caso, no pudiendo entrevistarme con el Cónsul. Mi familia dijo que el Cónsul había puesto la queja ante la cancillería colombiana e informó  de lo que estaba sucediendo. Por esa época estaba de canciller  Noemí Sanín. No hubo acción alguna de protesta por parte del gobierno colombiano.
 Nos desviamos hacia la prisión del condado de la ciudad de Conroe a una hora de Houston para recoger  a otros siete internos federales que iban con el mismo destino. Largas horas de espera dentro de un “tanque”, tiritando de frío por el excesivo aire acondicionado, enfermo, bajo de defensas, con un overol de mangas cortas como uniforme
La camioneta Van en que nos transportaban la hacían correr a noventa millas por hora (ciento cincuenta kilómetros) por una carretera de solo dos carriles; en cada salto que daba la camioneta por la irregularidad de la carretera, al caer  por el impulso de la velocidad, sentía el golpe en la reciente herida de la cirugía. Tensionados, un poco asustados por la velocidad en que íbamos, los compañeros le exigían a los Marshalls que mermaran la carrera, porque ni ellos ni nosotros llegaríamos vivos a Texarkana, además les decían que iban con una persona que recientemente había salido de una cirugía al estómago, que tuvieran un poco de consideración. No valió los insultos e improperios que nerviosos les decían los internos a los Marshalls. Al cabo de cinco horas de viaje, más que viaje, un martirio, además la incomodidad por las cadenas con que nos llevaban atados llegamos a la prisión. Horas interminables dentro de otro “tanque”, en espera del mismo procedimiento de rutina, chequeos médicos, reseña, toda clase de papeleo, en espera de que me asignaran una celda. El viaje para mí fue fatal, llegué exausto, no podía levantar cabeza, menos estar de pié por largo tiempo. La medicina  suministrada me  producía tal desespero  y una fuerte ansiedad que sentía deseos de arrojarme por una de las ventanas de los dormitorios del segundo piso; decidí entonces no tomarlas más.
Los hispanos, en especial los colombianos de Texakana  sumaban más de sesenta me acogieron muy bien, siendo muy considerados  conmigo, regalándome implementos de aaseo personal  y ofreciénsose  para lo que necesitara.
Como compañero de cuarto me asignaron donde Gino, un paisano de Medellín, que muy gentilmente me cedió la cama de abajo del camarote. Su esposa Dora, que también vivía en Houston y mi señora se pusieron de acuerdo, nos visitaron un fin de semana. La amistad entre ellas continuó. –Año y medio después de terminar Gino su sentencia , en una de las visitas de mi esposa a su casa, ella le mostró una foto que yo le había enviado desde la prisión de Tres Ríos, cuando él la vio miró a mi esposa y le dijo: este no es ni sombra del Héctor que yo conocí; ahora que lo veo ya recuperado, con otro semblante le voy a contar algo del cual no le había dicho por no saber en qué estado actual él se encontraba; pero como lo veo ya bastante bien te diré que cuando Héctor fue mi compañero de cuarto todos los paisanos sabían que compartíamos el mismo cuarto, que regularmente nos sentábamos juntos en la mesa  del comedor. Cuando por algún motivo los paisanos  no nos veían juntos en el comedor, se acercaban a mí y me preguntaban: “ya se murió el paisano, que no lo vemos hoy contigo?”
--Veinte años mas tarde al encontrarme de nuevo con Mauricio , otro de los compañeros de Texarkana, y que fue la única persona con la que seguí comunicándome por cartas, dijo que, para ese tiempo todos los compañeros que me habían conocido, siempre le  preguntaban por mí ( la virgen María) sobrenombre que me colocaron según ellos por la suerte que tenía de encontrarme todavía vivo;  que la Virgen me había hecho un milagro (dicho popular en Colombia). Le decían que yo no debería estar vivo.
Estuve recluido en Texarkana por espacio de cuarenta y cinco días siendo regresado de nuevo con todas las incomodidades del viaje a Houston para recibir en la corte la sentencia de cinco años.
Después de que me dieran la sentencia, fui recogido en el aeropuerto de Houston por un avión federal  junto con otros internos para ser llevados al centro de distribución en Rino Oklahoma,   luego de allí ser repartidos a cada prisión asignada por el Bureau de Prisiones.
No hubo mas escalas para recoger personal; ésta había sido la última parada, el avión llevaba su cupo completo.
Como es habitual, a todos nos llevaban encadenados de pies y manos. Los guardas tenían que permanecer todo el tiempo de pié, sus únicas armas son los bolillos de madera. Para ellos poder estar de pié y sostenersen, tenían que agarrarse de los pasamanos que eran unos tubos adaptados y  empotrados sobre el techo del avión. La cabina donde están los controles de la aeronave donde se sientan los pilotos no tienen pared divisoria; de tal manera que todos dentro del avión nos podíamos ver y observar como la tripulación piloteaba el a vión. Yo estaba sentado junto a la ventanilla que da sobre el ala derecha. Era la época del comienzo del invierno, no nevaba todavía pero sí hacía un frío muy intenso, los vientos demasiado fuertes, que para esos días azotaban intensamente al Estado de Oklahoma.
El avión comenzó a bajar lentamente sobre la pista del aeropuerto, con sus ruedas listas para tocarla, faltaban, treinta metros para llegar, una fuerte sacudida se sintió, ladeándose la aeronave hacia su lado derecho; un potente v iento lo clavó sobre la pista, faltando poco menos de un metro y medio para que la punta del ala derecha tocase el pavimento. Todos estaban conmocionados, casi paralizados aguantando la respiración, en espera del golpe final sobre la pista. Desde el asiento en que me encontraba miraba impávido el espectáculo; veía como se iba acercando la punta del ala sobre el pavimento. No tenía  en ese momento ningún sentimiento o emoción alguna, no importaba si vivía o moría, solo deseaba que toda esa pesadilla terminase, y descansar. Ese era el estado anímico y de salud que en esos momentos me encontraba.-- Años después escribiendo este libro, y viendo las imágenes tan desbastadoras de los secuestrados por la Farc, en especial la de Ingrid Betancourt en la selva y lo expresado por una de las personas de cautiverio liberadas, decia que a ella no le importaba vivir o morir; me hizo recordar ese incidente de mi vida.--
Desde mi asiento observaba toda la escena, vi a uno de los guardas aferrado a los pasamanos, cerrar  sus  ojos,  esperando y  dando como por un hecho el impacto del avión. La tripulación y el piloto muy asustados, en un esfuerzo desesperado instintivamente agarró con sus manos fuertemente el timón y en fracciones de segundo lo empujó hacia atrás, comenzándose a levantar lentamente la parte delantera del avión, y a la vez enderezándolo, lo enrutó de nuevo hacia las nubes. Sobrevolamos alrededor del aeropuerto por varios minutos hasta que se calmaron un poco los fuertes vientos. Ya en tierra sobre la pista nos colocaron en fila al lado del avión en espera hasta que llegasen los autobuses que nos iban a transportar. Vestíamos el uniforme caqui de mangas cortas, sin chaqueta que nos protegiera del frío; soplaba un viento helado tan intenso que me penetraba hasta los huesos, no dejaba de tiritar y escapaba de que el viento me tirase al piso. Un guarda de acercó donde me encontraba, mirándome dijo riéndose en tono burlón, qué si no era capaz de sostenerme en mis dos piernas, dándome un leve empujón. Si un compañero no hubiese estado en ese momento cerca de mí; de bruces hubiese caído al suelo.
En cada prisión a la que me llevaban, aunque fuese por un solo día, el procedimiento de reseña era el mismo, no importaba cuántas veces pasare por cada una de ellas. En Rino estuve por varias semanas, confinado en una celda igual que los otros Internos que íbamos de tránsito, no teníamos derecho a los patios para recrearnos y tomar el sol, se estaba propiamente encalabozado todo el tiempo.
Supuestamente iría para Texarkana, lugar de mi destino final; con sus largas e interminables horas de viaje en un autobús, como siempre amarrado con cadenas, pensando que por fin terminaría la pesadilla de los viajes, pero el destino me tenía guardada otras sorpresas más.  Este era no más que el comienzo del sin número de viajes y calabozos que me esperaban.
Al llegar a Texarkana no me llevaron directamente donde está toda la populación (población), sino que me condujeron directamente al calabozo (hoyo). Uno de los directivos de la Institución me explicó que Rafael había sido asignado a esa prisión y por orden de la Corte con el programa de protección a testigos no podían tenernos juntos en la misma Institución; entonces les pedí que me transfirieran a una prisión nueva que recientemente habían abierto localizada en el pueblo de Tres Ríos, que estaba a cuatro horas de Houston, ciudad donde residía mi familia.
Nos permitían bañarnos  tres veces por semana, con su respectivo ritual. Parado de espaldas  con las manos atrás, junto a la reja de la celda para que el guarda colocase las esposas y así poder abrir la reja. Me conducían por un pasillo hasta la reja de entrada donde estaban las duchas. Ya adentro se repetía el mismo ritual y de regreso hacían lo mismo. Para tomar una hora de sol tres o cuatro días por semana, el procedimiento era casi igual. El sitio era totalmente enmallado por los cuatro lados y el techo; había un tubo de hierro de unos cuantos metros de altura con un aro en su extremo superior que hacía las veces de canasta de basket ball, y un balón para que hiciéramos ejercicio. Nos sacaban al mismo tiempo a varias personas. Allí en esas salidas a tomar sol conocí a un colombiano de nombre Agustín; me comentaba que le parecía extraño que lo sacaran de la populación y lo hubieran metido al “hoyo” sin ninguna causa aparente; allí en ese lugar solamente confinan a personas que están bajo castigo o van a hacer trasladadas para otra Institución. Una mañana que nos sacaron a tomar el sol me preguntó porqué estaba encalabozado. Le conté mi caso y de lo que me estaba pasando. Después de escuchar con mucha atención mi relato se quedó mirándome y se echó a reír. Yo bastante desorientado, le pregunté la causa de su actitud, y dijo: Ahora sí comprendo por qué estoy en el “hoyo”, y por qué me van a  transferir de Institución. Comenzó diciendo, que él había sido el novio de la señora propietaria de la agencia de giros donde supuestamente Oscar había hecho sus transacciones, e incluso ellos dos habían tenido en el pasado problemas con la ley en otro Estado. Ella aparecía en la lista de sus visitantes, pero hacía más de dos años le había dicho que no volviera a visitarlo porque su relación la había dado por terminada, pero por un descuido no la hizo borrar de la lista de los visitantes. Ella en esos momentos se encontraba huyendo de la ley. Rafael iba a declarar en su contra cuando la detuvieran. La Corte por protección lo había hecho separar también de Agustín. Entonces él fue transferido a la prisión de Rino Oklahoma.

                                                            CAPITULO  VII
De Texarkana me trasladaaron de nuevo al centro de distribución en Rino Oklahoma, como siempre con sus largas horas de camino, cadenas, la misma comida, los mismos trámites, papeleos y al mismo salón celda, sin tomar sol y sin recreación. Allí estuve por un mes. Al cabo de ese tiempo completaron el cupo de un autobús y salíamos con destino a la nueva prisión de Tres Ríos. Por fin llegaba a descansar a mi destino final para recuperarme. Ese fue mi pensamiento. ¡Pero cuán lejos estaba de la realidad!. Es un viaje  extremadamente largo, por el estado de salud en que me encontraba en esos momentos me parecía una eternidad; once horas de camino, una sola parada de una hora para tomar el almuerzo los guardas. No me atrevía a comer los sándwiches y el agua anilina de sobremesa  que nos daban para el almuerzo por temor a que me cayeran mal y tuviese que hacer uso del sanitario,  al llevar puestas las esposas en mis manos  encadenadas a la cintura, el movimiento de los brazos para poder llevar la comida hacia la boca era muy mínimo, por la poca distancia que quedaba de separación, además las cortas cadenas que tenía alrededor de los pies, el overol con su abotonadura era difícil quitarlo para poder sentarse en la taza del estrecho sanitario del autobus si hubiese sido necesario. No tuve otra alternativa que aguantar hambre hasta el lugar de destino.
Tres Ríos era una de las últimas nuevas prisiones de categoría de nivel medio construidas por el sistema federal, con capacidad para ochocientos Internos. (Actualmente, y desde hace muchos años el negocio de hacer prisiones tanto Federales como las de los Estados se lo endozaron a la Industria Privada, para que las tengan al servicio del gobierno. Podrán imaginarse cuál será el costo para los contribuyentes). Nosotros los recién llegados éramos casi las últimas personas   para completar  el cupo de la Institución. Pensé que éste sería mi lugar final para comenzar realmente mi recuperación.
Para esa época el sostenimiento de cada Interno le costaba al estado cincuenta dólares diarios, aparte de la medicina especializada con sus respectivos tratamientos y medicamentos, los diferentes programas de educación media universitaria, transporte y otros (todo por cuenta de los impuestos de los contribuyentes). La alimentación es muy similar al menú de las fuerzas  militares de ese país.
El desperdicio diario de alimentos es enorme, porque algunos Internos no lo consumen a pesar de que es muy bueno y demasiado  abundante; muchos de los alimentos que sobran en perfecto estado, está prohibido, guardarlos por normas del gobierno para que sean consumidos al siguiente día, teniéndolos que arrojar obligatoriamente a los desechos. La dotación de uniformes, camisetas, ropa interior, zapatos, pasta dental, cepillo para los dientes, máquinas de afeitar, papel higiénico, lápices, papel para escribir, sobres para carta etc.; todo  es suministrado gratuitamente. Cada unidad de alojamiento tiene dispensadores de hielo, horno microondas, dos salones con televisión máquinas individuales para lavar la ropa, o  lavandería general a donde se lleva con su respectiva bolsa para que sea lavada. Hay un gimnasio, canchas para football, basketball, sotfball, tennis y otros; se podría decir que son como hoteles de casi cinco estrellas.
Un par de meses después cuando ya estaba acoplándome y en vía de recuperación, fui llamado de nuevo por la corte a Houston.
De Tres Ríos a Houston solo queda a cuatro horas de distancia. Fui llevado y dejado en un pueblo de nombre Beeville a dos horas de camino. No comprendía porque no me llevaban los Marshalls directo a Houston, si cuatro horas de camino prácticamente era demasiado cerca. La estadía en prisiones que no son del sistema federal tiene su costo y por cierto no es barato. Pasé como siempre por todos los requisitos de chequeos médicos, papeles de reseña etc., de cada prisión, con sus largas horas de espera, para luego ser confinado a un salón-celda, sin derecho a salir a tomar sol o hacer ejercicio. Me tuvieron allí por una semana, luego siguiendo la correría  me llevaron de nuevo a la prisión del condado de Conroe, que como había dicho anteriormente queda a una hora  pasando Houston.  Sometido  de nuevo a los mismos  trámites de llegada a cada Institución. Allí no teníamos sitios de recreación, siendo una sala-calabozo más.
La ida a la corte para supuestamente dar una declaración sobre la agencia de giros y que si sólo tardó veinte minutos fueron mucho; quedando desocupado para  regresar de nuevo a Tres Ríos.  Declaración que para nada les servía por el contenido sin significancia para ellos; –como lo había dicho anteriormente el agente del FBI., que solo era un formalismo que cumplir para la fiscalía-- que es el juego de  ellos de siempre hacerles creer que están muy comprometidos con el Estado para de alguna manera  manipular a las personas.
Cuando la Corte ha dado por terminado un caso, normalmente una semana después  regresan a los Internos  a su lugar de origen. Yo pensé: por fin voy a ver la luz al final del túnel y poder regresar  y recuperar mi salud; sin sospechar qué lejos estaba todavía de esa luz.
Días después de terminar mi última cita en la Corte mi familia le preguntó al abogado porqué no me habían sacado de ese hueco y trasladado a Tres Ríos. Wendell les dijo que para esos días según el juez Hoyt quería verme para saber en qué estado de salud me encontraba,  por eso debía esperar un poco.
Los días pasaban, también las semanas y los meses, esperando minuto a minuto para que me trasladaran de nuevo a Tres Ríos.
Los compañeros viendo que mi estado de salud no era el más óptimo, comenzaron a insistir para que le dijera a mi familia que llamara a la oficina Federal para que me sacaran de allí, pues ellos habían vivido la experiencia del caso de un compañero, que después de terminar su juicio en la Corte, por olvido lo habían dejado ahí confinado por espacio de cinco meses.
Transcurridos interminables y dilatados cuatro meses sin que el juez diera señales de querer verme, en vista de la insistencia de mis compañeros, tomé entonces la determinación para que mi familia se comunicara directamente con la oficina de los agentes federales y les preguntara el motivo por el cual no me habían sacado de allí.
Cuando mi familia se pudo comunicar con la oficina que directamente se encarga de hacer los traslados de los internos, estos le respondieron que yo no aparecía en el sistema, ni en el condado de Conroe. Muchas fueron las llamadas insistiendo, hasta que por fin lograron ubicarme. De no haber sido por la continua insistencia de mis compañeros, posiblemente hubiese pasado mucho tiempo allí o el resto de mi condena olvidado, en un condado.
Una semana después, era recogido por una camioneta Van para supuestamente viajar directo hacia Tres Ríos, que desde Conroe queda a  sólo a cinco horas de camino, pues no fue así; me llevaron a una hora  antes de Tres Ríos a la vieja prisión de la ciudad de Corpus Christi; con los mismos procedimientos de rutina, con sus largas horas de espera, la misma clase de comida (sándwiches). A la media noche me condujeron  a una celda, caí rendido de cansancio sobre una colchoneta y con hambre, para muy temprano en la mañana ser levantado y conducido a la nueva prisión de Corpus. Allí me tuvieron por cuatro días, después de este tiempo me llevaron de regreso a Tres Ríos. Seguía haciéndome la pregunta, cuál es la causa de que me estén caminando por tantas prisiones? Las respuestas van llegando a medida que se comienza a conocer cómo opera el sistema; por ejemplo, el transporte d prisioneros, está a cargo de los Marsalls,  es un departamento más que hace parte de la burocracia que gana dinero y sobrevive a costas del Estado.
Al llegar de nuevo a Tres Ríos, fui  asignado a trabajar en la biblioteca. En uno de los salones de al lado funcionaba el departamento de sicología, allí conocí allí a Gabriel R., compañero mejicano que trabajaba para dicho departamento, que estaba a cargo del Dr. George H, siquiatra de la Institución, y ayudaba en un programa del gobierno de “No a las drogas”, programa a nivel nacional de prisiones y para algunas ciudades de Texas, dirigido por Joe G., sargento de las Boinas Rojas. Programa básico con cuarenta horas de duración para los Internos que desearan tomarlo voluntariamente. Me pidieron que les colaborara en el programa. Yo acepté encargándome de la papelería y organización del programa, Gabriel en  traducirlo al papel del inglés al español.
Lo que más me llamó la atención dentro del programa, fue encontrar la información estadística de las personas que anualmente fallecen en los Estados Unidos por el consumo de drogas, estando en  primer lugar el tabaco con quinientas mil muertes de personas al año,seguido por el alcohol con ciento cincuenta mil, por último veinticinco mil por causas del consumo entre anfetaminas , LSD, cocaína, morfina y otras drogas alucinógenas; siendo este último porcentaje comparado con las dos anteriores muy bajo, más si se separan individualmente, como el consumo de cocaína, ésta quedaría con un porcentaje ínfimo.
La mayoría de las personas que están tomando el curso, cuando llegan a esta parte, se enteran por las estadísticas, de esta realidad, automáticamente le preguntan a Joe—más que una pregunta era un reclamo—cómo es posible que a una persona que la detienen con varias onzas, o un kilo de cocaína cuyo valor aproximado es de veinte mil dólares le imponen una condena de cinco a diez años de prisión, mas otros cinco de probatoria, confinados  en una Institución de nivel medio, que conlleva la mayoría de las veces en un costo de seiscientos mil dólares a la Nación por cada juicio, mientras las personas que cometen delitos llamados de cuello blanco, por ejemplo, las estafas, robos al Estado, quiebra a los bancos de ahorros del pueblo norteamericano, muchas de esas otras clases de delitos por grandes cantidades de millones de dólares, sólo les imponen una condena de un par de años si mucho, en la mayoría de los casos a meses de prisión, con el premio de enviarlos a una Institución del más bajo nivel y de mínima seguridad como lo es un Campo;  que el gobierno gaste exorbitantes cantidades de dinero en salud para las personas enfermas por causas del tabaco y el alcohol, que son los primordiales causantes de los estragos en la salud, no compensa el dinero del impuesto recaudado ni siquiera en la más mínima parte para el sostenimiento tan costoso de esos tratamientos, entonces porqué a ellos  les imponían esas penas tan altas?. Como siempre Joe, sin respuesta alguna, sencillamente se limitaba a contestarles que el tabaco y el alcohol eran drogas ya legalizadas por el gobierno, que pagaban sus impuestos, además eran un medio de generar empleo, y muchas familias se beneficiaban de esas  industrias. (En la actualidad está prohibida la venta de cigarrillos en todas las prisiones; pasó a ser más rentable pero para los guardas que los introducen de contrabando con un costo hasta de veinte dólares por un solo cigarrillo. Qué se dirá del costo de la mariguana, cocaína, heroína y demás alucinógenos?) Colaboré en ese programa por más de un año, siendo tan extraordinario su éxito dentro de la prisión, que la dirección nacional del Bureau de Prisiones envió unos inspectores desde Washington para  visitar la Institución, siendo el programa tomado como modelo en español para todo el sistema federal. —Me enteré con el tiempo que este trabajo había sido para Joe una de las causas  de  su ascenso a un cargo más alto dentro del gobierno--.
El siquiatra estaba muy satisfecho del trabajo realizado por Gabriel y por mí. El Bureau de Prisiones nos otorgó certificados de reconocimiento. El Dr. George nos preguntó qué podía hacer por nosotros. Le pedimos que nos rebajaran el tiempo. Nos respondió: si en mis manos estuviera la decisión de poder hacerlo, lo haría, pero con la nueva ley le era imposible, porque sólo le permitía dar el quince por ciento de rebaja por el buen comportamiento. Pero si nos dijo que, en compensación nos iba a recomendar para que nos dieran el traslado a la Institución que está localizada en frente de esta, que es una Prisión- Campo de mínimo nivel de seguridad.
La copia de un memorándum emitido por la dirección nacional de prisiones, que había llegado a mis manos por medio de otro Interno decía; “No tienen derecho a Campo: “Cubanos, ni Colombianos”; por tal motivo no le di crédito ni importancia a la recomendación de la cual  nos había hablado el siquiatra.
Dentro de todo el sistema del Boreau de Prisiones se encuentran las Industrias Unicorn constituidas por todo tipo de actividades, como de manufacturas, electrónica, reparaciones industriales, mecánica, tapicería, muebles para oficina, variedad de servicios etc., compitiendo con la industria nacional a un costo de entre  veinte y cincuenta centavos de dólar la hora pagada a los internos, contra el salario mínimo de cuatro cincuenta de dólar devengado por un obrero de la empresa privada,(para esa época) siendo ésta una de las causas de las muchas protestas y peleas con la industria nacional, porque todos sus productos se los vendían al mismo sistema federal y a otros clientes particulares con el precio normal de los de la industria privada; siendo los principales accionistas de esas industrias los mismos jueces federales de la Repúbica, según me enteré en esos días. Si las industrias Unicorn generan tanta rentabilidad ( incluso una vez le escuché a un directivo, que de las ganancias que producían las industrias Unicorn eran suficientes para pagar el gasto de todas las prisiones), entonces por qué se toma del presupuesto federal que es dinero de los impuestos de los contribuyentes para sostenerlas?. La respuesta usual: políticas del estado, o no obteníamos respuesta alguna. Hice una aplicación para trabajar en las industrias como obrero y así ganar un mejor salario, pero los turnos en la lista de espera  eran muy largos debido a la sobrepoblación, por consiguiente es difícil su ingreso, y a veces se tarda hasta más de dos años.
Me enteré que en esta prisión –como en muchas otras—que algunas guardas les prestan sus  servicios sexuales a los internos que deseen y puedan pagarlos. Los honorarios se hacen a través de depósitos bancarios de dinero en efectivo hecho a una cuenta a nombre de la persona que ellas indiquen. Igualmente  utilizaba el mismo sistema de cobro el guarda que introducía droga dentro de la Institución. Durante el tiempo que permanecí allí,  por una vez  fui testigo.
Tenía la absoluta seguridad que a Gabriel sí le darían el traslado al Campo por ser mejicano, además por tener la residencia. En esos momentos, era tal la sobrepoblación en la prisiones,  que tuvieron que trasladar personas que estaban en instituciones de nivel medio a los Campos,  éstos a la vez llegaban a sobre poblarse; había una escases muy grande de cupos en todas las prisiones. La noticia de mi traslado para el campo fue una gran sorpresa, pues no esperaba ese cambio repentino,  de las políticas de discriminación.
Inesperadamente en la mitad de diciembre de mil novecientos  noventa y dos, a Edison S., que era otro colombiano y a mí nos avisaron de nuestro traslado al Campo, institución del más bajo nivel.
A cinco personas nos hicieron recoger todas nuestras pertenencias porque íbamos para el mismo lugar, nos metieron a un “tanque” mientras llenaban todos los papeles para el trámite de nuestra salida. El Campo queda al frente a unos cuatrocientos metros de distancia. Nos abrieron la reja, salimos caminando junto a un interno del Campo que nos estaba esperando en la puerta, en un carro eléctrico pequeño en el cual llevaba todas nuestras pertenencias.  Al dejar la última reja que nos separaba para ir  a la nueva institución todos respiramos profundamente y mis compañeros exclamaron: ¡por fin sin más esposas y  cadenas, ni más cercas eléctricas con alambres de púas!. Seguimos caminando libres de los aceros que nos ataban anteriormente, --sin  sospechar que todavía me faltaba  mucho camino por recorrer  con cadenas y calabozos—llegamos a las oficinas para que nos buscaran acomodo en alguno de los edificios de los dormitorios.
El Campo tenía una capacidad para ciento cincuenta internos, llegando a tener trescientas cincuenta personas en esos momentos, como todas las Instituciones, con exceso de población.  Encontré que algunas de las personas aquí recluidas pertenecían a cierto estatus social, condenadas por diversos delitos de los llamados de “cuello blanco”, como banqueros, empleados públicos, también jueces federales, abogados, altos oficiales de la policía y otros.
Al siguiente día, le pedí el favor a un compañero “chicano” que me acompañara a los alrededores del Campo para conocer los límites y poder saber hasta donde era permitido salir. Al pasar por determinado lugar extendió su mano, señalando un sitio específico del terreno dijo: mira  Colombia—me llamaban así por ser el primer colombiano que llegaba al campo--, allí hace quince días con una retroexcavadora hicimos un hoyo y enterramos más de medio millón de dólares de toda clase de implementos nuevos que estaban almacenados. Incrédulo por lo que decía y algo perturbado le pregunté la causa de ese desperdicio; con un gesto de no darle mucha importancia a lo que decía,  como algo natural para él, alzó sus hombros diciendo: los supervisores del gobierno llegarán de un momento para otro, si encuentran esos implementos  en la bodega sin darles uso, automáticamente le recortan el presupuesto al Campo para el año siguiente. Después supe que en algunas Instituciones los desentierran y los venden en el mercado negro. Con todos estos incidentes tuve que comenzar a creer  que este país era el ídolo con los pies de barro, igual que Colombia y muchas naciones, no hay diferencia alguna dentro de la burocracia con el desperdicio, y despilfarro de los dineros del fisco nacional.
Fui asignado a trabajar en el comedor. Diariamente veía como eran arrojadas grandes cantidades de alimentos a los desperdicios porque no eran consumidos por los internos,  no por estar en mal estado o mal preparados, sino que no eran del agrado de algunos internos. Por normas estrictas del gobierno estaba prohibido guardar cualquier alimento para que fuesen consumidos al siguiente día. Un ejemplo de ello eran los días viernes que se preparaban tres bandejas grandes con hígado encebollado, dos y media bandejas se tiraban a los desperdicios, y muchos alimentos más. Las fiestas más importantes que se celebran en el transcurso del año en todos los Estados Unidos son varias, y en las prisiones las celebraciones que les hacen a los Internos son unos verdaderos banquetes como para una clase social media-alta con una gran variedad de postres etc., desbordan cualquier idea de abundancia y despilfarro.

                                                                CAPITULO  VIII
Allí conocí a un juez federal, -- nunca me enteré cuál era la causa de su condena--, en confianza le conté mi caso, le mostré todos los papeles de la corte, al terminar de revisarlos dijo: tú has sido “el pichón”, expresión muy común en Norteamérica; “chivo expiatorio” en nuestra expresión popular; dijo que sacara la conclusión de lo que en esos momentos estaba pasando  con la justicia Norteamericana, el gobierno con las nuevas reformas a las leyes les dio propiamente todo el poder a los fiscales, y a la DEA, con su nueva arma de los (guidelines),  tablas de sentencias, relegando a los jueces a un segundo plano –esto me lo había comentado tiempo atrás el abogado Wendell--, sin poder hacer nada para favorecer  a los primeros ofensores, que dentro de la sociedad norteamericana era una costumbre institucional de darles una oportunidad, teniendo en cuenta su buen comportamiento con de la comunidad, buen record de trabajo, las referencias personales  al estudiar el caso de cada persona, que no fuese un delito grave como un asesinato, el juez podía decidir respecto a la sentencia según su criterio personal, pero eso ya no tiene ningún valor. El juez moviendo su cabeza hacia  ambos lados en expresión de actitud negativa de preocupación e incredulidad dijo: ya sabrá usted hacia dónde va la justicia en este país con esas leyes de represión y no de soluciones, las cuales con el tiempo nos estarán llevando al precipicio y a un colapso total.
Al poco tiempo después de haber llegado al campo me enteré que la prisión de Tres Ríos había llegado a tan alta su sobrepoblación que algunos de los salones del hospital tuvieron que ser adaptados para dormitorios, lo mismo algunos sitios dentro de las unidades. Todas las Instituciones están sobre-pobladas, cada día construyen más, e incluso la empresa privada está construyendo prisiones para recibir a los Internos del sistema federal, que día por día aumenta considerablemente. El negocio burocrático continuará mientras continúen entrando personas a las cárceles y no haya soluciones al problema del consumo de drogas, siendo todo esto sostenido por el  dinero de los impuestos del contribuyente.
A comienzos del año de mil novecientos noventa y cuatro, mi último año de reclusión, un interno llegado de la prisión de  Texarkana, me hizo el comentario que a Rafael hacía  un tiempo atrás lo habían sacado de la Institución por cuatro o cinco meses, y a su regreso había llegado hablando de sólo cinco años de sentencia de los siete que inicialmente tenía; si eso era cierto, entonces yo debería estar de salida casi al mismo tiempo con él, solo con un mes de diferencia.
Finalizando el mes de febrero de mil novecientos noventa y cuatro, faltándome solo cuatro meses para terminar el tiempo de mi sentencia llegó la orden de mi traslado para la prisión de Oakdale en el estado de Lousiana. A varias personas nos recogieron en el campo, a otro colombiano había que recogerlo al frente en la Institución de Tres Ríos; como él no era de mínima seguridad, entonces nos tuvieron que llevar de nuevo a todos esposados .Viaje, con más de ocho horas de camino.
La prisión de Oakdale le facilita al departamento de Inmigración dos unidades de dormitorios para los Internos que van a hacer deportados hacia varios países del mundo,  ya que la prisión de inmigración que está al lado es de poca capacidad para albergar a tantas personas que de continuo están siendo enviadas a sus países de origen.
Ese mismo día de llegar a Oakdale, me encontré con varios compañeros que había conocido en Texarkana, se sorprendieron al verme junto con toda la populación. Uno de ellos, el de más confianza, Gabriel, (bigotes), se acercó y me preguntó: estás enterado quién está aquí también de salida?. Le respondí, posiblemente Rafael, según noticias que recibí hace algún tiempo atrás, le habían rebajado dos años de su condena; continuó diciendo, recuerdas que a Agustín lo trasladaron por causa de Rafael?; sí recuerdo; hace un tiempo sacaron a Rafael de Texarkana, y al cabo de varios meses lo regresaron de nuevo. Después de haber declarado en contra de la señora de la agencia de giros, llegó hablando de menos tiempo de su condena. Según ellos, se habían enterado por medio de Agustín del motivo de los dos años de rebaja que le había dado el gobierno. No  entendemos  porqué no te han separado de él. Si tiempo atrás te tuvieron encalabozado por él, porqué ahora no lo hacen?. Les respondí: más sorprendido estoy yo, porque el gobierno lo tiene incluido en el plan de protección a testigos. Por su seguridad según el gobierno no deberían tenernos juntos. Me preguntaron qué relación tenía Agustino conmigo en el caso. Les relaté detalladamente todo mi caso. Desde ese momento, sin que me diera cuenta comenzaron a hacerle la vida imposible a Rafael, llegando a tal punto que no quiso volver a salir al campo de recreación, permanecía todo el tiempo en la unidad del edificio en la cual había sido asignado.
Pasaron cuatro días de estar con toda la populación, y en la tarde del quinto día, domingo, escuché el llamado a través de los  altavoces pidiendo que me presentara de inmediato a la oficina del teniente de guardas. Todos los compañeros que se encontraban conmigo en ese momento dijeron a la vez: ¡ Héctor vas para el hoyo!. Tomé mis pertenencias, me despedí de todos porque sabía lo que me esperaba, me encaminé hacia la oficina del teniente. Este me miró inquisitivamente, rascándose la cabeza como una señal de preocupación, preguntó: hace cuántos días que está usted en la populación?. Hace cuatro días, fue mi respuesta. El teniente estaba de frente al computador, miraba la pantalla, se rascaba de nuevo la cabeza, volvía a mirarla como si no diera crédito a lo que estaba viendo. Tomó aire profundamente, exhaló con un fuerte respiro y acercándose más al sitio donde yo estaba parado me preguntó: sabe usted por qué lo he llamado a mi oficina?; sí señor ,le respondí secamente, porque aquí en la populación se encuentra Rafael Martinez. Con una expresión muy marcada en su cara se  le notaba bastante su preocupación. Me hizo saber que por orden de la corte no podían tenernos juntos, pero por un error lo habían hecho.—Incidente con consecuencias delicadas en su contra si se enterase el gobierno—Le insistí diciendo que ya estábamos de salida, que entre los dos no había ningún problema. Traté  de todas las formas posibles de persuadirlo para que no me metieran al “hoyo”, porque no sabía cuánto tiempo iba a permanecer allí, o si iba a pasar  metido  el resto de los meses que faltaban para mi deportación. Lamentablemente no puedo hacer nada por usted, dijo, tengo que llevarlo a “segregación” –calabozo—mientras se le resuelve su situación. Tomó las esposas que cargaba en su cinturón, me las colocó en las manos y me condujo de inmediato por unos pasillos confinándome en una celda.

                                                           CAPITULO  IX
En una visita de rutina, uno de los directivos de la Institución entró para pasar revista a todos los que estábamos ahí recluidos, enterarse de cual era el estado en que nos encontrábamos y oir cualquier inquietud que tuviésemos; se sorprendió al verme, me reconoció de inmediato, porque este señor en Tres Ríos había sido jefe de la unidad donde yo estaba asignado. En ese tiempo él me había pedido el favor de compartir mi cuarto con un hombre negro de edad, ya que nadie de los hispanos quería hacerlo por discriminación. Yo lo había aceptado sin problemas,--él también era un hombre negro-- por eso se recordaba muy bien de mí y estuvo agradecido conmigo cuando le colaboré con el alojamiento de ese hombre. Me preguntó cuál era la causa por la cual yo estaba allí encalabozado. Después de contarle mi caso dijo que iba a hacer algo al respecto para ayudar a resolver mi situación, y ayudarme a salir de allí lo más pronto posible.
Por más de un mes estuve en el calabozo tomando como siempre las únicas tres duchas por semana con sus respectivos rituales de salidas. Sólo en compañía de mis libros, en espera que terminase pronto la pesadilla de los calabozos que siempre me perseguían. Definida mi situación me regresaron de nuevo con la populación; a Rafael lo trasladaron al lado a la cárcel de inmigración.
El veintinueve de junio de ese mismo año terminé de hacer mi tiempo con el sistema federal, quedé directamente por cuenta de inmigración. Para ese tiempo se había retrasado por dos meses el envío de inmigrantes que debían ser deportados para Colombia, por causa de un impase con la aerolínea Avianca. Por lo menos cincuenta personas estábamos en espera de tan ansiado regreso.
El día quince de julio a las cuatro de la mañana nos presentamos en el salón destinado a las personas que iban  a viajar, para que nos cambiásemos el uniforme por la ropa de calle, que con anticipación a muchos de nosotros habían sido enviadas por nuestras familias. Allí mismo nos entregaban el dinero en efectivo que tuviésemos ahorrado en la tienda de la comisaria. Por un error administrativo dejaron de entregarlo a tres de nosotros. El gobierno de los Estados Unidos sólo reconoce el pasaje hasta Bogotá, de ahí en adelante corre por cuenta de cada persona, hasta su ciudad de origen.Grande fue mi sorpresa ver a Rafael en el mismo salón de los que íbamos a ser deportados. Parece que ya no le importó al gobierno en ese momento el de tenernos separados a pesar de toda la cantidad de tiempo que tuve que pagar de calabozo por su causa.
A las siete de la mañana nos hicieron subir a un autobús. Nos llevaron a una hora de camino a una base militar, donde allí nos esperaba un avión federal; este nos recogió y nos llevó a la ciudad de Miami, donde supuestamente en las horas de la tarde viajaríamos para Colombia.
Al llegar a Miami nos condujeron al centro de detención de Inmigración. En las horas de la tarde nos llevaron al aeropuerto.  Estacionaron el autobús a un lado de una de las pistas de aterrizaje de las aeronaves, en espera de que se fuesen acercando las tres de la tarde, hora en que saldría el vuelo de Avianca con destino a Bogotá. Por un buen rato estuvimos allí estacionados. Era la época de verano, la temperatura por esos días es muy alta, el autobús tenía descompuesto el aire acondicionado, los vidrios de las ventanas estaban subidos, por tal motivo el calor se hacía más insoportable.
El oficial de Inmigración que siempre esta a cargo de entregar las personas deportadas al capitán del avión de Avianca, y que ya conocía muy bien todos los trámites,  tuvo un inconveniente ese día, y no fue  a trabajar; en reemplazo enviaron a otro oficial sin experiencia en esta clase de trabajo. La única misión que tenía que hacer  este oficial era entregarle las personas deportadas al capitán junto con un paquete sellado dirigido al DAS., de Bogotá,  esperar a que cerraran la puerta, ver partir el avión y así poder regresar a su oficina con la seguridad que había cumplido con su misión. De las personas que conformábamos el grupo todas íbamos deportados por diferentes causas. El oficial encargado, por no tener la suficiente experiencia en la entrega de deportados, y al no ceñirse estrictamente al reglamento, le dijo al capitán que, todos los que iban a viajar eran deportados por narcotráfico. Al oír esto el capitán Ramírez rotundamente se negó a llevarnos: “En mi avión no llevo a ningún narcotraficante”. Esa fue la respuesta que le dio al oficial. En medio de ese encierro y del sofocante calor del autobús nos condujeron de regreso al centro de detención de inmigración. Esta sala cárcel no tenía aire acondicionado, ni duchas para tomar un baño y poder  mitigar así un poco el intenso calor. Era un salón grande con sus respectivas bancas empotradas alrededor de las paredes. Acomodados en las bancas o en el suelo tuvimos que pasar la noche. Las comidas eran lo mismo de siempre; los sándwiches y el agua anilina como sobremesa. Al día siguiente inmigración tuvo que repartirnos en dos grupos, pudiendo así de esa manera conseguir que nos transportaran a todos ese mismo día. Un grupo, en el que Rafael iba lo enviaron por Barranquilla y a nosotros los del otro grupo nos enviaron vía Bogotá. Ese fue el último día que tuvimos esposadas las manos.
El día diez y seis de julio de mil novecientos noventa y cuatro en las horas de la noche estábamos llegando al aeropuerto el Dorado de Bogotá. Mi familia estaba pendiente de mi llegada, pero desafortunadamente a los teléfonos que llamé, a uno no le entraba la llamada y otro ya no estaba en uso, porque mi hermana se había movido de casa y yo  no sabía su nuevo número. Ellos esperaban que llegase a Cali supuestamente con el dinero que me debieron entregar en Oakdale, y con ese dinero comprar el pasaje de avión hacia Cali, pero ignoraban lo que me había sucedido. Entre algunos compañeros recolectaron dinero y me lo entregaron, pero no era lo suficiente para un pasaje siquiera en autobús. Los dos compañeros que me había encontrado al llegar a Oakdale (uno de ellos, bigotes), me pidieron la dirección o el teléfono de Rafael en Cali— teníamos el mismo destino—según ellos para ajustarle cuentas por soplón (sapo) por lo que le habían hecho a Agustino y a mí (después con los años me enteré de sus muertes). Yo tenía su dirección y teléfono, pero me negué rotundamente a dárselos, argumentando que no tenía ni la menor idea donde él o su familia vivían.
 En una de las salas de espera del aeropuerto escogí un sitio en donde pudiese sentarme, recostar la cabeza sobre alguna pared y pasar allí la noche. Hice amistad con un sub-oficial de la policía; estuvimos conversando por muchas horas. De esa manera pasé entretenido parte de esa larga noche. En las tempranas horas de la mañana, por fin pude comunicarme con la familia. Me ubicaron el pasaje en el aeropuerto. Ese mismo día pude viajar; para estar arribando en las horas de la noche a Cali. Terminando así esta odisea, comenzando otra de nuevo en la jungla de cemento de las calles de Cali……
Muchos años después por casualidad me encontré aquí en Cali con Oscar; en la conversación me contó que durante el tiempo en que yo estaba detenido se había pasado por la frontera de Méjico con los Estados Unidos cinco veces, en una de esas pasadas a Houston llamó por teléfono a su abogado Mike Degurents, este le pidió que por ningún motivo se fuese a presentar a su oficina. Mike le propuso que si  se entregaba a las autoridades, con absoluta confianza y seguridad le garantizaba que en un año lo sacaba libre de la cárcel anulando todo el proceso en su contra. La propuesta de su abogado era muy tentadora; sabía que lo que él decía lo podía hacer y cumplir, pero pudo más el temor a la cárcel y no se atrevió a hacerlo.
También me comentó que su ex-esposa Nadima, cuando fue extraditada de Colombia hacia los Estados Unidos hace unos años atrás, por conspiración en narcotráfico, al llegar, le propusieron que si le entregaba a Oscar le daban la libertad y protección dejándola en ese país. Ella les dijo que no sabía dónde se encontraba,  que hacía mucho tiempo se había separado y no tenía noticias de él.



                                                               Epílogo
Cómo es posible que Oscar no aparezca como extraditable?, si el mismo agente del FBI Mike, y el abogado Wendell me informaron que el gobierno lo habían declarado como extraditable. La Interpol, el FBI, y el DAS, en Colombia no lo buscan; si el juez Platero anuló los cargos para  sacarlo de la cárcel, activando la fianza vencida del caso anterior de la cual no tenía validéz para el nuevo caso, entonces por qué si lo hicieron en mi contra ?. Cuidaron de esconder muy bien todo y no mencionar nada de los arreglos que habían hecho con Oscar durante los juicios en mi contra en la Corte, incluso, el abogado Wendell no haya querido mencionar nada en el juicio, ayudando más de esa manera a encubrir  el error cometido por ellos.
Quién conspira contra quién?. Nunca existió extradición en contra de Oscar, o si la hubo en un principio fue mientras me condenaban, anulándola después para borrar toda evidencia. El abogado de Oscar conspira para que éste pueda escapar; entonces qué se esconde detrás de todo esto?.  “La respuesta la tiene la justicia norteamericana”
Oscar vive en una ciudad de Colombia; pertenece a un grupo religioso cristiano; en su hogar con su nueva esposa apartado de toda esa vida agitada, sin dinero, trabajando normalmente como cualquier persona en el oficio que él sabe, la pintura. Me dijo: “Jamás tuve suerte con el narcotráfico, sólo fue para mí una ilusión, un deseo de ser millonario ,un espejismo que trajo  a mi vida problemas e intranquilidad”.

Sería interminable la lista de nombres de personas de importancia a nivel mundial y nacional pidiendo al gobierno Norteamericano y a todos los gobiernos del mundo para acabar con el flagelo de las drogas, buscando la manera de cómo poder legalizarlas y regularlas, conjuntamente con programas integrales de educación,  poder terminar con este fenómeno mundial que día por día  está acabando con el ser humano, cuyas consecuencias son funestas para los países tanto consumidores como productores, y exportadores principalmente como Colombia que está colocando  y seguirá colocando los muertos mientras no se termine con  éste gran negocio económico. Las grandes potencias han dicho que se han ganado algunas batallas contra el narcotráfico, pero hasta ahora  se ha perdido la guerra.
El fiscal Bert Isaacs actualmente por sus abusos y malos manejos  de la justicia ha sido rebajado de los altos cargos que le habían concedido a través de tantos años, ahora está en  graves problemas y bajo investigación.
 



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